La mañana del jueves amanecimos como si bien nos hubieran pateado la espalda. Mi compañera de viaje estaba con torticulis y yo sentía que mi espalda necesitaba con urgencia un masaje -de hecho aún lo necesita-. Luego de desperezarnos nos alistamos, desayunamos un sandwish de tuna y nos pusimos en camino con las mochilas listas para caminar y los potes llenos de agua. Salimos entonces en dirección Bahía de las Aguilas. En menos de 30 minutos llegamos a la entrada del parque donde dos hombres nos recibieron sentados en su caseta de la boletería. Ahí nos enteramos que el camino por tierra para llegar a la Bahía estaba arreglado, por lo que podíamos llegar directo en el carro, sin tener que pagar por la lancha ni caminar casi dos horas.