Camino al Sur: 405 kilómetros por carretera

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La última vez que visité la región sur de la República Dominicana era pasante en el Listín Diario. En aquella ocasión íbamos invitados por el Cluster Ecoturístico de Barahona y luego de Pedernales, y la USAID. Quedé maravillada por los lugares a los que fuimos y que pudimos conocer. Sin embargo, de eso hacen ya cinco años, y son pocos los recuerdos que se mantienen en mi cabeza. Aún así, desde mi primer viaje había decidido regresar, sólo que no se había presentado la oportunidad hasta ahora.

Si les soy sincera, habían más razones para no ir que para si. No había suficiente dinero, el temor de manejar tan lejos me tenía medio paralizada, el hecho de que solo seríamos dos chicas era peor, que si nos roban, que si la carretera solitaria, que si se daña el vehículo… Y claro, las personas alrededor no ayudaban: ¿Cuánto es tu presupuesto? Vas a quemar mucha gasolina, vas a gastar tanto en gasolina, esa carretera es muy solitaria, a un grupo les rompieron los cristales del vehículo y se llevaron lo que tenían adentro… ¿y solo van tu y ella?

Al final, ni siquiera yo estaba segura de querer hacerlo, pero como por inercia preparé mi vehículo -véase llevarlo al taller para sus respectivos chequeos y alineación y balanceo de gomas-, hice mis bultos y traté de dormir temprano luego de colocar mi alarma a las 5:20 am. 

La mañana del miércoles desperté, me levanté, me alisté y tras llamar a compañera de viaje subí el equipaje al vehículo y me puse de camino. Eran las 6:40 am cuando salíamos de la ciudad corazón camino al sur. En Spotify sonaba el playlist ‘For the Road’ y mientras las canciones más movidas y rockeras sonaban, nosotras hacíamos el coro y nos maravillábamos con cada paisaje que se nos presentaba. Destapamos la caja de conflé y empezamos a comerlo a medida que avanzábamos. A las 8:20 llegábamos a la ciudad capital, y gracias a Gisela Perez Solano, alías GPS, alías Google Now, descubrimos una ruta maravillosa sin tapones. Así desde la Autopista Duarte, tomamos la Avenida Luperón, y tras pasar la Plaza de la Bandera, llegamos a la 6 de noviembre. Claro, que el GPS decía sigue derecho, pero llega un momento en el que te topas con un elevado y te confundes… y en vez de seguir por abajo, te vas por arriba, cuando terminas llegando a la Independencia…pero entonces, al darte cuenta, das una vuelta en U y sin darte cuenta llegar al peaje para continuar por San Cristobal. Resultó que así llegamos más rápido que por la vía que tocaba.

Pagamos los 30 pesos del peaje y seguimos el camino hacía el sur. Llegamos a San Cristobal sin darnos cuenta, y atravesamos Baní más rápido de lo que pensamos. A las 10 de la mañana ya estábamos en la carretera hacía Azua, y desde unos kilómetros atrás podíamos observar como cambiaba la vista y el ambiente. El sol en su esplendor me tenía un poco ciega al manejar, y aunque a lo lejos se veían las montañas, la tierra seca y árida predominaba. Al atravesar Azua nos quedaban varios kilómetros por delante antes de llegar a Barahona donde teníamos previsto comer. La carretera en su gran parte estaba buena, salvo por un tramo en el que están trabajando y debes desviarte. Un poco peligroso de hecho, ya que si no vas con precaución te puedes ir por mini barranco.

Al llegar a Barahona lo siguiente era buscar un lugar para comer, y para no desviarnos demasiado del camino, decidimos hacerlo por la costa. Claro que nos salió bastante caro. Llegamos a un restaurante que le llaman La Roca, ahí nos atendió Luis, un señor proveniente de Dajabón súper amable, que además de mesero es guía turístico. Nos hizo algunas recomendaciones y fue atento, sin embargo, la comida fue la peor. Pedimos un pescado dorado con salsa de hongos que resultó estar más que pasado de sal, además nos costó carísimo. Al dejar la comida por la mitad porque nos picaba la boca de tanta salada que estaba y pagar no muy contentas, decidimos seguir el camino hacía Pedernales. Tras atravesar algunos pueblos, incluyendo el pueblo de ‘Juancho’, Enriquillo, entre otros, nos encontramos con una de las carreteras más solitarias y rectas del país. Y cuando digo recta, me refiero a una línea sin curvas. Aquí aprovechamos para bajar los vidrios, gritar mientras cantábamos y claro, encontrar una jipeta en vía contraria parada en una orilla de la vía. Muchas preguntas se nos cruzó por la cabeza, entre ellas, ¿se les habrá dañado? Claro, la respuesta fue distinta al pasarle por el frente y prefiero omitir esta información.

Algo curioso durante todo el camino fue la cantidad de chequeos militares sin funcionar que pasamos. Y cuando digo sin funcionar es porque los militares designados en dichas cabinas estaban sentadas tomando sombra sin parar a nadie. Todos pasaban de lo más tranquilo, tanto de un lado como del otro. Dónde más nos sorprendió fue llegando a Pedernales, tomando en cuenta que estábamos muy cerca de la frontera. Tras pasar ese chequeo preguntamos a un soldado sobre el Hoyo de Pelempito, seguimos y al ver el letrero que decía como a la derecha, en vez de meternos por la rotonda que te lleva al camino de Bahía de las Aguilas y la playa de Cabo Rojo, seguimos la carretera. Terminamos de llegar al pueblo de Pedernales sin ver la entrada al parque del Hoyo de Pelempito, llegamos al hotel de Doña Chava, tras preguntar varias veces, y aquí nos atendió Claudia, una chica que apenas tenía 11 días trabajando allí.

Nos registramos y dejamos las cosas en la habitación, y luego le pedimos que nos averiguara para ir al Hoyo. Al final nos dijo que el parque cerraba a las 5:00pm y eran las 4:30, por lo que ya no nos daría tiempo. Como teníamos toda la tarde por delante, descansamos un poco y luego salimos a recorrer el pueblo. Terminamos sentándonos en el parque mientras nos tomamos una Coca Cola y veíamos a la gente pasar. Cuando empezaba a anochecer regresamos al hotel, tras perdernos y preguntar nos sentamos en una salita de estar a esperar a unos geólogos que nos habían dicho salían todos los días a las 7:30 a hacer investigación. La idea era conocerlos y ver si salíamos a investigar rocas con ellos, pero al final no se dio, dado que no pudimos hablar con ellos. Nos pasaron por el lado, saludaron amablemente y se fueron, y no hubo oportunidad de hablarles. Lo único que pudimos saber era que eran colombianos. Habría sido muy apero, pero nada. Al final nos fuimos a la habitación, comimos pan con pasta de tuna que habíamos llevado, nos dimos un baño y nos dormimos sin saber cómo hacer funcionar la televisión.

Al otro día teníamos la meta de ir a Bahía de las Aguilas, con toda la intención de hacer el camino a pie, y luego llegar al Hoyo de Pelempito.

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