La mañana del jueves amanecimos como si bien nos hubieran pateado la espalda. Mi compañera de viaje estaba con torticulis y yo sentía que mi espalda necesitaba con urgencia un masaje -de hecho aún lo necesita-. Luego de desperezarnos nos alistamos, desayunamos un sandwish de tuna y nos pusimos en camino con las mochilas listas para caminar y los potes llenos de agua. Salimos entonces en dirección Bahía de las Aguilas. En menos de 30 minutos llegamos a la entrada del parque donde dos hombres nos recibieron sentados en su caseta de la boletería. Ahí nos enteramos que el camino por tierra para llegar a la Bahía estaba arreglado, por lo que podíamos llegar directo en el carro, sin tener que pagar por la lancha ni caminar casi dos horas.
Aquí notamos nuestro primer problema en la comunicación con la gente del sur. El señor nos había dicho como que debíamos esperar unos cintillos que te colocan para acceder al parque luego de pagar 100 pesos por cada persona. Estuvimos unos minutos esperando, hasta que volvimos a preguntar y nos dijeron que podíamos pasar. Entramos entonces y ciertamente el camino estaba bien. Salgo un pedacito que es como una bajada bastante inclinada y sientes que te vas para adelante con todo, pero luego todo es plano y sin hoyos de significancia.
Llegamos hasta la torre, que es donde termina el camino, y allí nos recibió el guardabosques y su señora. Subimos hasta la cima y empezamos a tomar fotos y a admirar el panorama. Nos comentaron que el yate que se veía ‘aparcado’ cerca de la playa llevaba cinco días allí, nos hablaron de las tortugas marinas que llegan en marzo, nos mostraron un vídeo en el celular de la última vez que fueron las tortugas, que tienen una casetica donde instalaron baños y duchas para que las personas se cambien y que el nombre real es Bahía del Aguila, por la forma que tiene la bahía al verla desde el cielo. También nos dijo que el Hoyo de Pelempito estaba cerrado. Ese iba a ser nuestro segundo destino del día, y tras escucharlo hablar con otro guía de la zona a través de la radio, confirmamos que no se podía subir. Al final no supimos las razones y cuando preguntamos no supieron darnosla. Aquí estuvimos casi la mañana completa, en teoría el agua debía estar tibia, pero el primer contacto no fue tan placentero. Ya luego cuando terminas de sumergirte es más agradable y tu cuerpo se climatiza a la temperatura del océano.
La arena blanca de la playa no estaba tan brillosa como la última vez que la recordaba, pero imagino que habrá sido porque estaba un poco nublado. En el suelo habían unas cositas que te clababan en los pies si no tenías cuidado, y cerca de donde nos asentamos las mariposas amarillas -o espíritus como le llamamos- se la pasaban revoloteando en la hierba. La paz se sentía en el aire, en toda la bahía solo estábamos nosotras y una mujer que estaba sentada en la orilla del mar a unos cuantos metros más allá. Claro que cuando decidí caminar por la playa en búsqueda de fotos, terminé descubriendo que no era una persona lo que estaba ‘sentado’, sino más bien los restos de un puente que había antes. Al regresar de mi paseo encontré a Lirme recogiendo basura del suelo. Tapas de botellas, sobres de pastillas, envolturas de galletas, entre otros desperdicios. Nos parecía increíble que hubiéramos llenado una funda y que encima los dos zafacones que estaban cerca estuvieran casi llenos. Al parecer la gente todavía no entiende que la basura va al zafacon y que sobretodo en areas así hay que tener mucho cuidado por las especies que suelen arribar allí.
Al dar las 11 y algo decidimos regresar al hotel para recoger todo con tranquilidad, cambiarnos y comer. Al salir me di cuenta de que me faltaba un tapabocinas de la goma delantera, y era curioso que solo me faltara uno porque si se lo habrían robado al menos se hubieran llevado dos. Al final resulto que se soltó en el camino porque estaba dañado. Al entregar las llaves del hotel nos dirigimos entonces a un lugar que nos recomendaron llamado Juan la Puerca, que queda cerca del malecón. Todavía pienso en ese pescado chillo frito con tostones y se me hace la boca agua. Hacía mucho tiempo que no comía un pescado tan bueno ese. Lo mejor del sitio, a parte de que la comida es buenísima y te dan agua gratis, es que es super barata y te buscan un limón incluso si no lo tienen. Entre las dos nos hizo apenas 500 pesos.
Satisfechas con lo que comimos nos pusimos de camino hacía Barahona. El camino esta vez se nos hizo mucho más corto. Llegamos así a Los Patos, un balneario muy famoso, donde ahora están haciendo unas casetas y construyendo una especie de centro de estancia donde suponemos pondrán restaurantes y la gente podrá quedarse a dormir. Aquí duramos un rato, aunque yo estaba preocupada porque me había estacionado en la calle y un señor se nos había acercado diciendo que no las iba a cuidar y a lavar. Le dije que no como veinte veces y no escuchó. Al final le dimos como 10 pesos. Al salir de allá llegamos a San Rafael, donde lo primero que nos dijeron fue: No se vayan de noche que hay una banda que ronda por aquí… Pagamos 100 pesos por el parqueo y me dispuse entonces a tomar algunas fotos. Duré un rato para conseguir lo que quería, cuando estuve satisfecha, muy a pesar del sucio que tenía el lente de mi cámara, justo en ese momento estaban recogiendo todo para cerrar. Así entonces salimos rumbo a la ciudad a buscar un hotel donde hospedarnos.
Luego de algunas llamadas, terminamos en el María Montez. Lo gracioso de llegar a este hotel fue cuando le preguntamos a una oficial de AMET la dirección, y nos dijo que debíamos devolvernos por la calle que veníamos, seguir derecho y luego doblar a la derecha, pero que como es una calle de una vía ibamos a entrar en vía contrario, aún así que no nos preocuparamos que podíamos robarnos ese pedacito porque ahí no hay AMET. Tras darnos la dirección nos ayudó a dar la vuelta en esa avenida deteniendo los carros por nosotras. La verdad fue una situación muy graciosa.
En el hotel nos instalamos sin problemas, Maxi, el encargado nos atendió de manera muy simpatica y conocimos a otra Claudia, que era una especie de botones y recepcionista. Ella y otra chica nos ayudó a subir nuestras cosas y a encender la televisión. Luego decidimos caminar un rato para encontrar un lugar donde comer. Terminamos en un sitio que le llaman La Barra del Tunel, nos sentamos en la barra, comimos batidos de zapote y fresa y un sandwish y una hamburguesa…se sentía muy estilo de película. Después nos sentamos en el parque un rato y regresamos al hotel para descansar.
Barahona se nos presentaba como una gran ciudad. Claro que era un contraste bastante grande después de haber estado en Pedernales, donde las calles eran extremadamente anchas y sin embargo las casas eran humildes y no veía edificaciones de más de dos pisos, además de la poca gente que veías en la calle. En cambio en Barahona había mucha vida, mucha gente en la calle, muchos vehículos, comercio, bulla, motores, en fin… la capital del sur.