Valparaiso y Viña, ciudad de cerros

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Parte del sueño de venir a Chile implicaba no sólo quedarme a vivir en las Torres del Paine, sino también ir al Festival de Viña del Mar. Lamentablemente llegué unas dos semanas más tarde para lo segundo, y a lo primero no pude llegar por falta de dinero. Sin embargo, cuando decidíamos qué hacer ese lunes antes de tomar el bus a Osorno, la opción de viajar a Valparaiso se hizo presente.

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El plan era salir temprano, tipo nueve de la mañana, dejar la maleta en casa de la abuela de Lilo y luego salir a la estación de buses. Dado que Valparaiso está a solo una hora y treinta minutos de Santiago, y puedes conocerlo en un día. Fue así como aprendí que mi buen amigo carece del sentido de la puntualidad -algo muy normal en los latinos, lamentablemente- por lo que en vez de salir a las 9, terminamos saliendo casi una hora más tarde. Claro que eso me dio tiempo para desayunar, salir a comprar un adaptador para mis aparatos electrónicos (aquí los enchufes son totalmente distintos a los usados en Rep. Dom, USA, Europa y Brasil), y dejarles dicho a mis familiares y amigos que seguía viva.

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Finalmente tomamos el metro, nos dirigimos a casa de la abuela, quien nos recibió muy amablemente, dejamos las cosas y salimos camino a Valparaiso. Cuando llegamos a la estación de buses una chica de una compañía de tours se nos acercó ofreciéndonos un viaje precisamente a Valparaiso, que incluía además Viña del Mar, una visita guiada de cuatro horas y una hora de almuerzo, que no estaba incluido pero sonaba bien. Así que tras un intercambio de miradas aceptamos la oferta por $20,000 pesos cada uno -29 dólares aproximadamente-.

Tomamos el bus y de camino vimos tres capítulos de series distintas que colocaron en la tele: Modern Family, Malcom in the middle y Two and a half men. En un momento el bus se detuvo y un hombre que vendía dulces típicos de la región se montó a lo cual nosotros le compramos un paquete que resultó esta muy bueno.

Cuando llegamos a Valparaiso, había un letrero con mi nombre mal escrito frente a la oficina de la agencia diciendo que esperaban por mi. Luego nos montamos en un mini bus y de ahí llegamos a un gran bus en la colina, desde donde partía el tour. Una de las cosas más curiosas de este viaje es que nuestros compañeros turistas eran, en su gran mayoría, brasileños. Así que pude practicar mi portugués una vez más.

La primera parada se dio en la casa de Pablo Neruda, la cual solo vimos por fuera, porque era lunes y los lunes los museos en Chile cierran. Así que vimos la Sebastiana por fuera, pasamos de largo la esquina de las artesanías y llegamos a la plaza de los poetas, donde hay unas estatuas de Pablo Neruda, Gabriela Mistral y otro personaje de la historia del cual no recuerdo el nombre. Unos mochileros estaban sentados tomando cerveza al lado de este mítico imagen para blogpersonaje, así que solo nos sentamos a charlar con Pablo y doña Gabriela. De ahí cruzamos a un pequeño restaurante, dado que tuvimos el llamado de la naturaleza, pero el baño no era público, así que terminamos comprando agua para poder usarlo. Lo divertido fue, que al regresar al bus nos dijeron que íbamos a comer en el restaurante que estaba a una esquina de allí (es decir, la competencia).

Y lo peor de todo es que la comida estuvo muy cara -claro que yo no terminaba de entenderlo en ese momento, pero una merluza a 13,000 pesos es muy caro-. Al menos estuvo muy bueno, y la vista daba directo al puerto de Valparaiso. Muy bonito todo, aunque se la pasó nublado.

Al comer, tuvimos que esperar un rato por nuestros guías quienes misteriosamente desaparecieron, así que matamos un poco el tiempo jugando en los columpios del parque que había cerca. Finalmente, nos montamos en el bus y continuamos con el tour, fuimos a la playa, al funicular o ascensor de la montaña que solo te cobra 100 pesos, a un mirador desde donde podías apreciar los cerros de Valparaiso y luego a cinco minutos ya estábamos en Viña del Mar, donde de repente parecía que estábamos en Isla de Pascua por el mini Moai que hay frente a un museo.

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Las calles de Viña me recordaron a las calles de San Sebastian, España. Los árboles con un rasgo otoñal, las vías amplias, una ciudad costera, con puentes blancos y claro, el famoso reloj de flores donde si no te tomas una foto es como si nunca hubieras ido a Viña. El tour concluyó en la Quinta Vergara, que resulta ser un enorme parque con un enorme estadio dentro. Bastante imponente la verdad, aunque no sé porqué yo me lo encontraba más grande en la televisión. Quizás no es lo mismo a ver lo de día y apagado, que verlo lleno de gente, con las luces encendidas. A todo esto, había un mexicano que se hizo nuestro amigo: nosotros le tomábamos fotos a él y él nos tomaba fotos cuando queríamos salir los dos en la imagen. Hablamos de todo un poco, pero nunca supimos su nombre o a qué se dedicaba. Sólo que sus próximas vacaciones serán en R.D.

Tras concluir el tour regresamos a la estación de buses, un poco preocupados porque pensábamos que no nos daría tiempo para llegar y tomar el otro bus hacia Osorno. Pero de hecho si nos dio. Regresamos a tiempo a casa de la abuela, donde pensábamos durar un poco más hasta que la tía de Lilo se ofreció a llevarnos a la estación y terminamos saliendo casi corriendo. Lo cual fue bueno, dado que nos dio tiempo de sentarnos a cenar.

Así fue entonces como nuestra aventura hacia el sur empezó.

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