¿Qué hacer en el fin de semana? Difícil decisión esa cuando cuentas con tan pocos días para conocer un país de 8,515,767,049 km2 de superficie. Sin embargo, siempre es bueno contar con tu host para que te guíe. Así pues aprovechando un viaje que la familia había decidido hacer, nos fuimos a Rubinéia, un pequeño pueblo en Sao Paulo ubicado a la orilla del río Paraná, el cual recordarán de sus libros de historia y geografía, ¿no? Bueno, es el segundo río más largo del continente, después del Amazonas. So si, es un poco largo. Cruza Brasil, Paraguay y Argentina.
Dos horas y veinte minutos nos tomó llegar desde Río Preto hasta Santa Fe do Soul el viernes en la noche. Allá nos detuvimos en un parque a cenar con el resto de la familia que ya nos esperaba. Lo interesante de este lugar, es que era una especie de restaurante al aire libre, donde tenían una gran pantalla con proyector y pasaban un canal nacional, donde después de las noticias, daban la novela. Si, todos estaban atentos a la novela mientras comían.
Después nos dirijimos 20 km más allá hasta llegar a Rubinéia. Un pueblo pesquero, donde básicamente no hay nada: casas con patio, chalés, el río y uno que otro puesto para comer, incluyendo Praia do Soul, donde si vas un sábado en la noche encontrarás música en vivo (un tipo con una guitarra y una computadora con la pista de las canciones y que no siempre logra entonar). La primera noche fue tranquila, un gran viento, lo cual hizo que se refrescara el clima. Lo chulo sucedió al otro día.
Luego de levantarnos, tomar un baño y desayunar, recogimos todo y nos fuimos al río. Aquí ya estaban algunos conocidos preparando carne a la parrilla o pescando en la orilla. Conocí a CrisLu, un batelão creado a base de galones reciclados y madera homemade por el tío de mi host. De igual manera fuimos a casa de sus tíos, un chalé construido por ellos mismos, pequeño, pero hermoso. Hecho de madera, con cada detalle bien pensado, la decoración, los muebles, todo colocado con mucho detalle, incluyendo un mini museo de objetos antiguos que pertenecieron a miembros de la familia muchos años atrás.
El día transcurrió entre baños, ver el resultado de la pesca, comernos parte del resultado de la pesca, y disfrutar de la tranquilidad del lugar. Cuando la tarde empezó a caer, mientras esperábamos a que el sol bajara un poco para volver a meternos al agua y evitar quemarnos, nos decidimos a limpiar un poco la playa. Así, Dessa, Luan -un niño de 8 años nieto de unos vecinos- y yo, con una funda cada uno, empezamos a caminar la playa y recoger la basura que encontrábamos. Está de más de decir que tres fundas no nos bastaron para recoger toda la basura que había, incluso cuando increíblemente a simple vista el lugar no se notaba sucio. Lo curioso de esta actividad era ver como las personas nos observaban y algunos hasta nos felicitaban por la acción que realizamos, sin embargo nadie se paró de su momento de descanso para ayudarnos, o nos señalaba algún lugar que se nos hubiera pasado. No logré calcular el tiempo que nos tomó caminar casi toda la zona recogiendo basura, pero fue el suficiente para que llegara el atardecer. Así que con todas las fundas más que repletas, tiramos la basura en el basurero (que por cierto, había uno enorme en la entrada, no muy lejos del río). Nos dimos un baño, y luego salimos a tomar fotos del atardecer.
La tranquilidad que se siente a orillas del río y ver el sol caer es inexplicable. Sin ruidos, las personas tenían música en sus vehículos pero a un volumen razonable, que no molestaba a otros. No había una cantidad exagera de gente, y todos parecían absortos observando el sol caer, ya fuera recostados desde la grama o metidos en el agua.
La noche fue coronada con la luna llena y un montón de estrellas. En la casa, tienen una ducha afuera, donde puedes bañarte en tranquilidad sin temor a que nadie te vea, gracias a una cortina improvisada. El mejor baño de la vida, cuando el agua cae tibia a chorros que te masajean todo el cuerpo, y puedes ver el cielo en su totalidad, la luna y las estrellas. Tras un reconfortante baño, nos vestimos para salir a cenar y comimos tilapia con provolone (bolas de pescado con queso por dentro). Al día siguiente, hicimos el mismo ritual de levantarnos, recoger todo y llegar al río. El día amaneció nublado y lluvioso y de un momento a otro empezó a llover. Pero en vez de salir corriendo a taparnos, todos se quedaron sentados y con calma donde estaban. Cuando el agua empezaba a apretar, nos movimos sin prisa debajo de los árboles, nos pusimos unos gorros y nos tapamos con las toallas. El padre de Dessa sacó una sombrilla y la colocó para tapar la carne que estaba puesta en la parrilla, y ahí nos quedamos, viendo la lluvia caer sintiendo algunas gotas que se colaban entre las ramas de los arboles, escuchando al mono que se la pasó trepando de una rama a otra, y charlando alegres.
Un grupo de personas llegaron justo cuando empezó a llover, y sin más se metieron al agua a pescar, y ahí estuvieron por un buen rato, a pesar de la lluvia. Dos horas más tarde salió el sol, como si nada hubiera pasado, nos metimos al río y duramos un rato donde me puse a jugar con Luan a ver quién evitaba que la piedra cayera de la tabla de surf.
Después de refrescarnos y cuando ya me cansé de jugar, recogimos las cosas y nos fuimos de paseo por toda la zona. Fuimos a la playa de Piedrinhas, que actualmente no se ve, gracias a que el agua ha cubierto toda la parte de las piedras -aunque debes tener cuidado, si avanzas demasiado te puedes hundir de repente-. De ahí pasamos por Praia do Soul, una playa creada con arena del mar, pasamos por la simbólica entrada de Rubinéia, donde puedes observar esculturas de los peces, caminamos la enorme avenida principal que tiene aproximadamente 500 metros de largo, llegamos a un club de profesores, donde reciben a visitantes y puedes pasar varios días en un chalé alquilado o tener un pasadía en la piscina. Vimos a Blu, el guacamayo de la película de Río y su pareja, o más bien a unos parientes de ellos volando y comiendo. Y luego de dar todo un tour por el pueblo regresamos a la casa, para cambiarnos y salir a comer.
El fin de semana ha terminado y del lugar me he llevado buenas fotos, buenos recuerdos y las ganas de regresar a disfrutar de la paz y tranquilidad que te nutre. Pasar unos días en Rubinéia fue como estar en una dimensión paralela bastante agradable. La señal del celular era muy mala, y eran pocos los momentos en los que el internet reaccionaba, enviar un mensaje tardaba más de la cuenta y solo dos horas más tarde cuando revisabas era que veías las respuestas. Así que si alguna vez estás en Brasil y piensas en escaparte, este puede ser el lugar perfecto para ti.