Nunca es fácil irse de casa. Recuerdo que cuando me mudé a Santiago, la primera semana me la pase llorando porque extrañaba a mi madre. Tenía 18 años y empezaba mi vida universitaria. Nada podía ser igual. Ni siquiera las amistades, pero algo que aprendí de esa experiencia es que a veces alejándote de quienes amas, logras conseguir tener una mejor relación, y digo esto porque luego de salir de casa de mis padres -a pesar de seguir siendo una mantenida- la relación con mi padre dio un giro de 180 grados, basándonos entonces en la comunicación, en el respeto por las ideas, en fin, que podría decir que mi padre es uno de mis mejores amigos. Todo porque me fui a estudiar lejos de casa.