Santo Tomás y algunas otras locuras

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Desde mi llegada de Madrid, la estadía en Bilbao fue bastante tranquila: llegar a clases, salir de clases, hacer comida, fregar, dormir, hacer tarea…etc, etc, y alguna salida al Kareoke (donde nos degalillamos cantando). Hasta el sábado cuando recibimos la visita del novio de Frantxy y uno de mis más viejos amigos. Sentí como si un pedacito de dominicana hubiera llegado, más la grata sorpresa de algunos mensajitos enviados por varios de mis amigos.

Pero francamente no llegó en un buen tiempo, desde la semana pasada estuvo lloviendo, y ese weekend el temporal que azotaba la costa se sentía en pleno de la ciudad. Claro que la semana no comenzó mejor, mi gripe que no me deja ni me abandona, más las constantes lluvias, más las bajas de la temperatura… Bueno, todo eso me tenía con el pecho sin servir, la nariz  roja y la garganta que no dejaba de picar.

¿Fue esto un impedimento para salir? No. El lunes de esa semana, estuve en una feria de artesanía detrás de un reportaje y ya me compré algunos libros para una clase que tendría en abril, el día antes estuvimos en maratón escolar desde las 9:00 a.m hasta las 7:30 p.m (menos mi grupo de redacción, porque básicamente tuvimos la semana libre gracias a que nuestra profe estuvo enferma… semana más rara esa sin coger esa clase). Ese miércoles 21 de diciembre, cumpleaños de una de mis compañeras (con una de las que mejor me llevaba hasta el momento), más el hecho de ser fiesta de Santo Tomás, más el «lunch» del máster por navidad… uff que ombligo de semana ni más pesado.

Así que nada, luego de la clase, pasamos al lunch para comer par de pintxos, duramos como dos horas para salir. Todo el mundo con sombrilla porque no había dejado de llover, tomamos el metro (atento a que ese día había huelga all day) y llegamos a Casco Viejo, para descubrir que Santo Tomás en Bilbao es sinónimo de gente en la calle.

¡Jesús! La calle estaba cagada de gente. Apenas si se podía respirar, y encima se la pasó lloviendo. Estuvimos como tres horas tomando sidra (la cual probé y sabía a jugo de aceitunas… horrible) y vino blanco (que aquí le dicen de otra forma pero no recuerdo como). Eso sí, tuvimos que pelear para pagarlo entre todos, dado que la tradición española es que el cumpleañero sea quien invite las bebidas y no nos queríamos dejar. Vimos a par de personas vestidas con trajes típicos de allá (muy gracioso por cierto) e hicimos una fila de como 30 minutos para ir al baño. Así transcurrió la tarde. Luego fuimos al Arenal, donde estaba la verdadera feria, claro que habían muchos que lo que querían era seguir bebiendo y un lugar bajo techo, por lo que luego de que el grupo se dispersara, duramos como quince minutos en una tienda de esoterismo (donde la tipa le estaba leyendo una vela derretida a una muchacha) solo para comprar una vela que al final no se compró. me fui con la única persona que se quedó conmigo a la feria.

Dimos un paseo, vimos los puestos, muchos de ellos ya cerrando, tomamos fotos, vimos un show con el baile tradicional frente al árbol de navidad, me compré un gorro… y en fin, que al final llegué a casa a las 8, dejando a mis compañeros del máster en un bar bebiendo y ahí estaba contándoles que tal iba mi vida desde una computadora y tosiendo como loca.

El sábado ya era Noche Buena, y estaba entusiasmada por lo que me depararía esa navidad en Bilbao, aparte de la lluvia, el frío y la soledad que se sentía a veces de no estar en casa… Pero vamos, que en un año estaría recordando esos días y sería mucho lo que me reiría… Claro si la gripe me soltaba. Y así fue exactamente. Todavía hoy cuatro años más tarde.

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