Rush en el aeropuerto

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Puede decirse que soy amante de los aeropuertos. Mientras algunos encuentran esa parada desesperante, incómoda, agobiante… Yo disfruto de ver a tantas personas de tantos lugares distintos encontrarse en un mismo punto en el instante exacto por un momento muy efímero. Claro, si eso no significa que tu primer vuelo se retrase y aún teniendo dos horas y media antes de tomar el siguiente tengas que correr para no perderlo.
Miami es probablemente el aeropuerto más grande del mundo… Entre ese y Barajas no deben envidiarse mucho. Pero aún así cae de sorpresa cuando llegas a la fila de migración y literalmente dura dos horas en la fila. Yllega un momento de desesperación cuando debes usar tus habilidades comunicativas y pedirles a las siete personas que tienes delante que por favor te dejen pasar, porque si no vas a perder el vuelo. Y así corres, y corres. Y pasas el chequeo de seguridad y retienen tu maleta, y el reloj sigue corriendo. 

En ese momento no puedes disfrutar de la diversidad del aeropuerto, ni del olor de los pasillos, ni de las tiendas con artículos excesivamente caros. Ni siquiera te da tiempo a imaginarte qué historias estarán detrás de ese señor, de aquel oficial o de esa niña rubia. Cuando finalmente abren tu maleta para revisar el contenido extraño y peligroso que llevas, y se dan cuenta que es un botecito de crema que está por menos de la mitad y te dicen: You can take this with you. Y tu, en desesperación, el avión me va a dejar. Y sin manera de poder comunicarte porque no activaste el rooming en tu celular y no hay internet.

Finalmente, tras un micro segundo de pensar en discutirlo, le dices: you know what? Take it! I’m going to miss my plane. Y sales corriendo a buscar el gate…que claro tenía que ser el D6 cuando estabas por el D50…

Y corres, y te arrepientes de usar sandalias y no los tenis. Pero es verano y las sandalias son más fáciles de quitar. Y sigues corriendo. Hasta que finalmente llegas a la puerta justo cuando empiezan a embarcar. Y respiras. Y piensas en la sed que tienes y las ganas de ir al baño, y el sueño. Y que tu corazón sigue acelerado. Finalmente entras y te sientas. Y te abrochas el cinturón. Agradeceré a los dos señores que te dejaron pasar. La mujer de unos 70 y su esposo. Los abuelitos que tuviste que interrumpir unos diez minutos más tarde para poder pasar al baño, y finalmente el avión despega y es cuando logras volver a tu estado normal de nervios.

Dos horas treinta fueron tiempo suficiente para ver esa película que te recomendaron, con un soundtrack que seguías escuchando una semana más tarde. Llegas a tu destino final. Todavia te queda una hora antes de que pasen por ti. Sales con calma del avión y ahora si puedes disfrutar todos esos encuentro que se dan, la gente que como tú hacia un par de horas andaba apurada, los que tenían tiempo de más y se comían algo en Starbucks, los que aguardaban sus maletas. La señora que era llevada en sillas de ruedas, cientos y cientos de personas. Quienes llegaban. Quienes esperaban. Quienes se iban. Hasta que finalmente llega con una sonrisa en el rostro y sabes que te toca ser de las que dejan el aeropuerto, pero estas lista para el viaje que eso representa.

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