Primer día del año

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Si  seis meses antes alguien me hubiera dicho que me iba a pasar el primero de enero del 2012 en un autobús cruzando Alemania, le hubiera dicho: Estás loco. Pero sí. Así fue.

Levantándonos a las seis de la mañana para salir a las siete y veinte. Todavía tenía sueño de la noche anterior, así que aprovechamos las dos horas y cuarenta y cinco minutos que duramos de Amsterdam a Colonia durmiendo. Nunca pensé que el autobus se iba a volver mi cama predilecta. 

Al llegar a Colonia no era mucho lo que se podía ver. Otro McDonalds (en Europa hay uno en cada esquina, ¡Jesus!), una Catedral enorme, y dos callecitas bonitas, pero desérticas, porque como en cualquier parte del mundo el 1 de enero es un día muerto.

Saliendo de Koln (su nombre en alemán), nos dirigimos a tomar un crucero por el río Rin, muy famoso por estos alrededores dado el poblado. Puedes admirar varios castillos en las orillas de los pueblos, y claro como todo pueblo medieval, tiene su leyenda. En este caso de la sirena Lorelei a quien le hicieron una estatua.

Tomamos nuestro «crucero» (de dónde yo vengo eso es más un catamaran o algo así, pero bueno) y duramos una hora y media en un paseo bastante tranquilo, en un barquito lleno de turistas de todas partes del mundo, tomando fotos y admirando el paisaje. Después nos tocaría otra hora más para llegar a Frankfurt, último destino de este tour para nosotros.

Aquí estuvimos en otra plaza, con otra catedral, y otras calles bonitas, con comercios cerrados, se notaba que era primero de enero.

Para llegar al hotel, duramos aproximadamente 25 minutos. Nuestro guía, tan lindo él, había dicho que a pie desde allí llegábamos en 35 minutos, y que un taxi costaba de 6 a 7 euros. Más desubicado el pobre. Fue tan largo el camino de un lugar a otro, que cuando ya no se veían luces, ahí era que estaba el jodio hotel. Muchos que querían salir en la noche se desencantaron. Nosotras ya teníamos decidido salir al siguiente día a conocer un poquito más de la ciudad, y hacer las compras cotidianas del tour: los souvenir.

El viaje ya casi acababa. Al día siguiente tomaríamos  un vuelo de casi tres horas hacia Madrid, y después un autobús de 6 horas a Bilbao. Todavía no me creía todo lo que vi y vivi en esos últimos ocho días. Mi semana irreal llegaba a su fin, y en casa me esperaba el montón de tareas por hacer. Pero creanme que hacer ese viajecito había sido de las mejores decisiones que pude haber tomado.

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