13 de octubre 2011.
A diferencia del día anterior, en esta ocasión nos tocó madrugar (literalmente porque fue a las 6:00 a.m que nos levantamos y eran las 7:30 y todavía era de noche…). Nos tomamos nuestros deliciosos chocolates calientes de la máquina inteligente para dirigirnos a la estación del metro, el cual nos dejaría cerca de la Policía para hacer los trámites del NIE (tarjeta -residencia- estudiantil como si fuera tu identificación por todo un año).
Aquí nos encontramos con tremenda fila en la cual tuvimos que esperar aproximadamente dos horas y un poco más para poder entrar, y entonces hacer cita para depositar los papeles al día siguiente. A las 9:30 ya estábamos de camino a la siguiente diligencia, hacia el banco Santander, donde una muchacha sumamente amable nos atendió. Lo interesante de este banco es que a diferencia de los de R.D, no hay varias ventanillas con enormes filas de gente esperando, de hecho solo hay una ventanilla, y la entrada consta de una puerta que parece una capsula del tiempo donde entras, se cierra atrás y luego se abre delante. ¡Ah si!, y la máquina donde puedes personalmente sin hacer fila revisar en cuanto está el balance de tu cuenta de ahorros con tu libreta (esta tecnología llegó como un año más tarde a mi país). Genialoso.
Salimos a tiempo para tomar el metro y tomar el autobús que lleva a la UPV, donde realizamos al fin nuestra matricula y terminamos de entregar los papales que faltaban. Aprovechamos entonces y nos sentamos en al cafetería a almorzar. Una ensalada que al final me dejó con hambre.
Como teníamos tiempo de sobra, regresamos al hotel y luego de revisar los correos, nos dormimos un rato…eso de levantarnos a las 6:00 a.m nos dejó un poco cansadas. Cuando finalmente pudimos levantarnos, salimos con una libreta llena de números en búsqueda de un Locutorio (o como nosotras llamamos «centro de llamadas») luego de sacar unas copias y tener que preguntar varias veces por el «Centro de llamadas», caminar por la misma calle dos veces sin encontrarlo, llegamos al fin al lugar. Un puesto pequeño administrado por una señora de procedencia suramericana. Marcamos los más de 12 números de teléfono que teníamos en la lista, pero al final solo conseguimos algo de lo que buscábamos con 2.
Salimos entonces de regreso a la habitación, cuando nos tropezamos con unos bocadillos de pan, mariscos, huevo y otras cosas que en mi opinión estaba riquísimo. Con el paladar a gusto, esperamos entonces a la hora acordada para una cita a las 9:00 p.m que terminó adelantándose media hora antes. Al llegar al lugar, olvidamos anotar un pequeño detalle como fue el número de la residencia a la que íbamos. Increíblemente, preguntamos a unos hombres frente a un bar si podíamos utilizar la conexión a Internet, y muy amablemente nos prestaron su laptop para revisar el correo, buscar el número y devolvérselas sin ningún problema (cuestión esta que me ha impresionado de los vascos…su amabilidad y gentileza a la hora de ayudar a los demás).
Cumpliendo con nuestra cita, quedando maravilladas con el lugar, regresamos a nuestro provisional hogar llena de ilusiones, hasta recibir un correo que nos tumbó los planes que teníamos para el próximo lunes, por lo que al momento de escribir esta nota estaba muy molesta, pero ustedes mis queridos lectores no tienen porqué pagarlo, así que no se preocupen. Si se preguntan qué pasó, bueno podría decir que son de esas situaciones en las que quedas con alguien (trato hablado) y luego resulta que la persona del otro lado como que no está dispuesta a cumplir. O al menos está poniendo prorrogas cuando tienes urgencia en que se den las cosas.
Pero nada, aún no me creía que duraría todo un año viviendo en Bilbao, y me parecía que hasta no asentarme en un piso o habitación para vivir y desempacar mis maletas (las cuales tenían cinco días sin ser desempacadas). Confieso estaba loca por poder asentarme en un lugar. Era todo por ese día.
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