Desde hace mucho deseaba tener una mascota. Pero, por mi trabajo y mi estilo de vida no podía estar al pendiente de ningún otro ser vivo. Salía muy temprano en la mañana, y regresaba muy tarde en la noche, y los fines de semana generalmente tenía que salir a trabajar, hacer diligencias, etc. El punto es que casi nunca me encontraba en casa, y las veces que estaba era en estado inerte, descansando.
Hace casi dos años renuncié a un trabajo fijo para dedicarme de lleno a la docencia. Por lo tanto a partir de ese momento cuento con más tiempo “libre”, y paso más tiempo en casa. A inicios de este año decidí que ya hora de adoptar una mascota. Y aclaro, adoptar porque no estoy totalmente de acuerdo con la venta de animales. Así que empecé a buscar en algunos refugios y averiguar dónde conseguir un perro no muy grande, tranquilo y adulto. Quería estas características dado que vivo en un apartamento, por lo que no puedo tener un perro muy grande —o más bien no me gustaría, porque no tendría espacio suficiente para correr o jugar.
A finales de enero vi una publicación en Instagram con la foto de una perra llamada Lucy. Fue amor a primera foto. De verdad, vi las fotos que el refugio había publicado y me pareció una perra hermosa. Luego me enteré que el refugio estaba en Santo Domingo, ciudad capital, y vivo a dos horas en autobús. Coincidió que por esas fechas debía viajar a la capital por una conferencia, así que aproveché para ir a conocerla. Lucy era una perra que ya había pasado por varios hogares después de ser rescata. Alguien la maltrataba cuando era pequeña, y tenía dos años de edad. Tenía mucho recelo de los humanos y vivía con mucho miedo. En dos ocasiones se escapó de los hogares que la habían adoptado antes de llegar a mí.
La persona que la cuidaba cuando la conocí la adoraba, pero no podía quedarse con ella, pues ya tenía tres perros a los cuales mantener. No lo pensé demasiado, y de inmediato me preparé para adoptarla. Le compré una cama, collar y paseador, así como juguetes para morder y le pedí una jaula prestada a un amigo —prestada sin devuelta porque todavía no la he devuelto—. A la siguiente semana de conocerla fui a buscarla. La primera semana con ella fue horrible. Ese primer día intentó volarse por las rejas de la casa de mis padres, y en la noche estuvo caminando de aquí para allá por el apartamento, así que no dormí casi nada. Al menos hacía sus necesidades en el periódico, pero aún así, eso había que limpiarlo luego por el olor.
Esa semana, como tenía registros de fuga, se la pasó trancada, y como yo tenía mucho trabajo fuera pasaba muchas horas a solas. Por un momento pensé en devolverla, porque la casa estaba vuelta un desastre, y aunque traté de llevarle una rutina desde el inicio, el estar tan cansada de las cosas que tenía que hacer, no ayudaba. Sin embargo, con el tiempo nos fuimos adaptando la una a la otra. Además, la cuarentena nos ha ayudado a encontrar nuestro ritmo.
Ahora mismo no me imagino qué hubiera sido de mí estos días sin Lucy. El tener que estar pendiente de ella, sacarla a caminar, sentarme a su lado, acariciarla, que me lama los dedos o me huela las piernas, que ponga su hocico sobre mis piernas si estoy sentada, que no pueda ver a ningún extraño acercándose a mi sin que se vuelva loca y empiece a ladrar, o que cuando la llamo me haga caso… todo eso me ha salvado la vida.
En el curso que estuve hace una semana, la mayoría de los participantes eran amantes de los animales. Tenían perros, gatos o pericos y nos comentaron que el año pasado el director del programa llevó mascotas los días martes y jueves de la conferencia, para que los participantes se relajaran: Pet therapy.
La llegada de Lucy a mi vida coincidió con un período en donde fui diagnosticada con depresión y ansiedad.
Ya había sufrido de ansiedad en ocasiones anteriores, pero la depresión era algo relativamente nuevo. Con Lucy, ya no me siento triste o mal. Claro que a veces me enojo por sus travesuras o cuando la saco y no hace sus necesidades porque prefiere hacerlo dentro de la casa, pero las endorfinas que emana el hecho de tenerla cerca, acariciarla, jugar con ella, me han mantenido en la luz, como dirían por ahí. Sin proponérmelo he hecho terapia de mascota, y en estos tiempos creo que es más que necesario. Con ella he logrado salir al parqueo tres veces al día, lo que permite caminar, respirar aire y alejarme de las pantallas que me están consumiendo los ojos.
Aunque claro, en este tiempo de cuarentena he procurado hacer muchas otras cosas que me ayudan a estar bien emocionalmente: yoga, meditación, leer, escribir, ejercicios, caminar, y claro, cuidar a Lucy. Todo eso ha sido parte de una terapia que he llevado a cabo aún sin darme cuenta. Simplemente decidí hacer cosas que me hicieran sentir bien y en salud, y trato de mantener la constancia. Porque si estoy bien y estable, puedo ser mejor a la hora de dar mis clases, hacer un trabajo que me pidan y tener mejores relaciones con mis seres queridos y las personas que me rodean.
Quizás no eres muy amigo de los animales, o ahora mismo no puedes tener una mascota, así que puedes intentar otras cosas como las que ya mencioné para ayudar a calmar tu mente y emociones. Pero si te gustan los perros, o los gatos, y puedes adoptar, lo recomiendo al cien por ciento. Hay personas que les tienen miedo, pero si logras entrenarlos y entrenarlos bien, tendrás un fiel amigo para toda la vida. Y no es cliché, aunque suene como uno.