São Paulo ñao foi bom (not good Sao Paulo)

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Irme un día antes de Sao Jose do Rio Preto hacia Sao Paulo, aparte de evitar el trote de tomar un bus a media noche para llegar trasnochada al aeropuerto a la mañana siguiente, implicaba poder caminar y conocer la ciudad un poco. Si bueno, eso no fue así, aún cuando tenía mi reserva en el hostal y el bus llegó a las tres de la tarde.

¿Por qué? Preguntarás. El primer contratiempo lo representó mi maleta. Definitivamente debo conseguir una mochila para viajar. Es muy incomodo arrastrar una maleta de 25 kilos por la calle, más en terrenos no muy lisos. Lo peor de todo fue llegar a una especie de barrio, muy lejos de la estación del metro, para encontrarme con que no tengo reserva en el hostal. ¿La razón? Pues básicamente que en Rocko’s House no aseguran la reserva porque no aceptan tarjetas de crédito y no había disponibilidad. Si, esa fue la excusa. Aún cuando durante la semana me comuniqué con ellos a través de Booking.com, página por la cual hice mi reserva, para tratar el tema del transporte al aeropuerto. Por suerte, no había sido la única. Otra chica que llegó justo cuando yo estaba hablando con el tipo en la puerta le acababan de decir lo mismo, pero ella había hecho su reserva mediante HostelWorld.

Dadas las circunstancias no quedó más que quejarme fuertemente con el dueño, mandarlo a la mierda por así decirlo y salir a buscar otro sitio. La otra chica a la que le había pasado lo mismo me propuso ir juntas y pagar por una habitación privada entre las dos. Así que nos encaminamos en la búsqueda de un lugar donde pasar la noche, en una ciudad que no conocía, con una extraña que sólo hablaba portugués y mi maleta de 25 kilos.

Luego de llegar a otros dos lugares, un hotel donde parecía que nos iban a violar — el cual descartamos de inmediato— y un hostal, que se veía muy bien pero que lamentablemente estaba lleno de gente (ese fin de semana era Lollapalooza en la ciudad), llegamos a otro hotel, donde nos dijeron que tenían disponibilidad pero que las habitaciones costaban 178 reales (moneda brasileña). Un poco caro, pero al menos éramos dos y estábamos tan cansadas de andar que estabamos felices de haber encontrado donde pasar la noche.

Claro que resulto ser más un motel que un hotel y la habitación no solo era pequeña, sino que tenía la cama en forma de octágono y un espejo en el techo. En todo momento se escuchaban los gemidos y gritos de mujeres que tenían sexo en habitaciones cercanas, lo cual fue un poco incomodo. Luego de poner a cargar mi teléfono, gracias a la extraña que conocí de la cual no recuerdo el nombre pero sé que estudio pedagogía y es de la región del Amazonas, salimos a comer. Tras eso, ella tomó el metro hacia un show de comedia que había y yo regresé al hotel para organizar mis cosas para el vuelo del siguiente día.

Esa noche fue eterna. Cuando la chica regresó, hablamos un rato. Me contó de su vida, de cómo le había ido y de la situación política de Brasil. Cuando al fin pude dormir a pesar de lo incomodo del lugar, los constantes sonidos de excitación de los vecinos hicieron que me despertara cada dos horas. Desperté antes de que sonara la alarma a las 6:30 a.m. Me di un baño, recogí mis cosas y salí tras despedirme de mi random friend quien despertó en el momento para decirme un: Boa viagem, boa sorte, tchau.

Pedí un Uber con mi cel y tras esperar un rato, finalmente me puse de camino al aeropuerto, emocionada porque me acercaba cada vez más de realizar mi sueño de ir a Chile. La segunda parada de esta aventura por el sur de América. Mientras avanzábamos en el camino, tomé algunas fotos de lo poco que pude apreciar de Sao Paulo, incluso nos encontramos con un accidente donde el conductor estaba todo ensangrentado, pero aparentemente vivo y de pie. Ya en el aeropuerto, tras desmontarme del Uber y avanzar hacia el check-in, noté que faltaba mi celular. El real ataque de pánico cuando por más que buscaba entre mis cosas no lo encontraba. Claro que me dio el típico ciclo del duelo: la negación, la rabia, la depresión, la aceptación… Al confirmar la perdida lloré y lloré. Lloré porque estaba sola en una ciudad desconocida y estaba a punto de viajar a otra ciudad desconocida. Lloré porque había perdido mi vida —o así lo sentía— y no tenía manera de comunicarme con nadie que pudiera conocer. Lloré porque perdí mis fotos, mis videos —sobre todo mis videos—. Desde entonces lo guardo todo en la nube. Al menos para algo sirvió.

Así caminé por el enorme aeropuerto de Garulhos como por una hora tratando de encontrar el check-in de la aerolínea, tomando ascensores que me llevaban a sitios distintos, caminando mientras las lagrimas recorrían mi rosto. Cansada, impotente y asustada.

Tras hacer el registrarme en el despacho —¡Al fin!— y calmarme un poco, le comuniqué a la chica de la aerolínea que había perdido mi celular y que si alguien se acercaba diciendo que lo había encontrado, yo era la dueña. Avise a un sector de información y me acerqué a la oficina de artículos ‘lost and found’. No habían encontrado nada, pero aún tenía tiempo antes del vuelo. Fue entonces cuando recordé como funcionaba Uber y tras comprar algo para comer en un Starbucks, me senté para conectarme desde mi Kindle y notificar la pérdida del objeto a la compañía. Le envié un correo a mi familia y amigos más cercanos, para que no murieran del susto cuando me hablaran por Whatsapp y no recibieran respuesta. Claro que no tenía manera de llamar al chofer así que las posibilidades eran muy remotas. Sin embargo, no perdí las esperanzas, hice todo lo posible por notificarlo y estar pendiente. Incluso, una vez estando en la sala de espera de la puerta de embarque para tomar el avión, hice que una de las asistentes llamara dos veces a la oficina de Lost and Found, por si acaso alguien lo había dejado.

Claro que ya en el avión y tras haberle preguntado a la azafata si había recibido alguna notificación, mis esperanzas murieron.

Así me despidió Sao Paulo, tras una larga y complicada noche, la perdida de mi celular—objeto que se volvió sumamente necesario para mi— y un vuelo nada cómodo dado que me tocó el asiento de la puerta de emergencia.

Las cosas cambiarían cuando llegara a Santiago de Chile y mi sueño se convirtiera en realidad. Pero esa es otra historia que les contaré más adelante.

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