Aunque a las 8 de la mañana estaba nublado, ese día no hubo niebla, por lo que prometía estar mucho más bonito que el anterior para visitar París. Con el día libre, pero con mucho qué hacer, teníamos la intención de salir temprano del hotel. Pero entre mi dolor de cabeza y el sueño de Tracy terminamos tomando el metro a las 10 a.m para ir al Louvre.
Las metas del día estaban claras: Entrar al Louvre, subir a Eiffel, subir a las torres de Notredame, foto de Eiffel completa, ver Versailles por fuera… claro si llegábamos vivas, porque saben, Murphy existe y es un jodido que no encuentra que hacer.
Cuando tomamos nuestro querido y feo metro, resulta que además de bajar en la estación equivocada que nos dejó como a una esquina (creÁnme, caminar una cuadra del Louvre es pesadito) al llegar al área de las pirámides para entrar nos topamos con tremenda fila, la cual terminaba en el otro patio de la inmensa estructura. Pues nada, la entrada era gratis y no podíamos irnos de París sin entrar a Louvre. Así que duramos dos horas en la fila. Frío que para mi como que bajó a -1, pies que dolían de estar parados, las tres tipas que creo que eran griegas y se la pasaban ‘bonchinchando’, las dos tipas que creo eran lesbianas hablando en inglés, las fotos, la canción de Cara Luna en la radio por el celular, hasta que al fin entramos a la bendita pirámide, para hacer otra fila para los tickets.
Adentro fue extraño. La imagen que tenía del museo era totalmente distinta. Nunca me lo había imaginado con tanta gente, fue menos ‘romántico’ de lo que esperaba. Cuando me encontré con la Venus fue un desastre, apenas pude apreciarla como se merecía por la multitud que se conglomeraba a su alrededor, qué decir de la pobre Mona, a esa si que apenas me le pude acerca para tomarle una foto. Una pena que me dio, ahí en esa enorme sala acompañada de tantas piezas de arte y sin embargo solitaria, aislada y el reguero de gente acosándola. Pobrecita.
Seguimos mirando algunas otras salas y yo fascinada más con los techos que con las mismas obras de arte. El Louvre de por sí es una obra magnifica. Claro que comparadas a las dos horas de filas, solo duramos una hora. Estábamos cansadas y había mucho que hacer. Nos fuimos entonces al Carrousel a tomarnos un café con unas galletas y de ahí a Notredame.
Murphy again nos hizo caminar como tres calles en dirección contraria al salir del metro, lo que influyó en parte que luego al llegar, encontráramos tremenda fila para subir a las torres. Más corta que para entrar a la catedral, pero mucho más lenta. Una hora y media duramos haciendo fila. Tracy loca por irse para Eiffel, yo que después de una hora no quería desistir. Al entrar resulta que a pesar de ser residentes en Europa, nos tocó pagar 5 euros y para colmo subir unas escaleras que casi me provocan un ataque de asma.
Claro que cuando llegas a la cima te topas con una vista espectacular. La ciudad, Eiffel, el Arco del Triunfo, absolutamente todo París se muestra. Y qué decir de las famosas gárgolas, esas guardianas tan imponentes que casi se podían tocar. Y claro el cuartito oscuro del jorobado donde tocaba la Gran Campana (la que no vi por vértigo al subir las escaleras de madera). Al bajar, corrimos a tomar el metro para Eiffel, que luego resultó ser un RER (todavía no sé que es, pero según yo, es un tren de dos pisos). Finalmente en Eiffel la felicidad se le dibujó en la cara a Tracy, quien al ver la torre completa e iluminada estaba a punto de llorar de la emoción.
Aquí nos tocó hacer otra fila de como dos horas casi. Una familia de españoles estaba delante de nosotras, y básicamente fuimos adoptadas durante ese tiempo. Pero la luz de Eiffel nos distraía, además de que duré 20 minutos en una fila para entrar al baño, y en 20 minutos solo di dos pasos…(so al final desistí y me aguante).
Al subir al ascensor te da una sensación de vértigo, es cierto, pero cuando llegas al último piso, y sientes la brisa fría cortarte la cara, nada importa porque la imagen ante ti es espectacular…¡¡WOW!!. Ahí París volvió a ser para mi la ciudad de las luces.
Luego de un rato tomando fotos, fascinadas, bajamos al segundo piso, tomamos más fotos, compramos capuccino (porque no había nada más), y bajamos, buscamos a alguien para que nos tomara una foto juntas con la torre de fondo… Que difícil tener una cámara semi-profesional sin foco automático (tenía el foco dañado). Pero nada como pedirle a alguien quien crees que sabe ajustar el foco porque lleva una cámara mejor que la tuya, y que resulte que el tipo no sepa ponerle flash. Cosas de la vida. Que diferente hubiera sido si hubieran existido los selfie-stick en aquel entonces.
En fin, que al final conseguimos nuestra foto, terminamos comiéndonos unos crepes en unas escaleras frente a la torre, con el reguero de gente (familias y enamorados que me tenían en depresión casi – tanto amor a mi alrededor me hizo acordarme de que París también es la ciudad del amor…-) y nosotras ahí, luego de un largo día de filas, en nuestra última noche, comiendo crepés, otra vez.