La muerte es lo único seguro que tenemos en la vida. No sabemos cómo ni cuándo nos tocará dejar este plano físico que habitamos los humanos, pero definitivamente nos tocará morir, tarde o temprano. Sin embargo vivimos en negación hacia esa realidad, y ni siquiera podemos escuchar la palabra sin sentir pena, tristeza o miedo. Le tenemos tanto pavor que cuando una persona habla de tener ideas de muerte lo rechazamos, lo bloqueamos o lo tildamos de loco. ¿Pero qué pasa si la persona que dice que quiere morirse no está loca? ¿Qué pasa si esa persona lo que siente es un profundo dolor con el que no puede seguir adelante? ¿Qué pasa si esa persona es un ser querido? ¿Qué harías?
Cuando estaba en el bachillerato y viajaba hacia o desde el colegio, veía por la ventana del autobús y me imaginaba mi funeral. Que había un accidente o me enfermaba, y terminaba muerta. Un poco siniestro, ¿no? En aquella ocasión simplemente eran ideas de una niña que tenía una mente muy fantasiosa. En los siguientes años, siempre tuve momentos donde volvía a pensar que moría en un accidente de tránsito, o me daba alguna enfermedad terminal tipo cáncer y moría. Incluso, una vez desee que mi doctor me dijera que sólo tenía tres meses de vida para poder renunciar a mi trabajo de ese momento, e irme a viajar por Asia, como es uno de mis sueños. Vendería todo lo que tengo —que de por sí no es mucho— y dividiría esos tres meses entre un mes y medio de viaje, y un mes y medio en casa de mis padres. Al pensar en ellos ahí la idea se volvía molesta y me detenía. No me gustaría que mis padres pasaran por la pena de ver morir a un hijo. A inicios de este 2020 esas ideas volvieron a surgir, pero con más peso.
No era que quería matarme, ni nada por el estilo, pero si era muy recurrente pensar: ¿y qué pasaría si muero mañana? ¿Qué pasa si en vez de frenar, acelero? ¿Y si me paro en frente de la calle y dejo que un camión me pase por encima? ¿No sería más fácil si mañana amanezco muerta? ¿Y si muero hoy, cuánto tiempo tardarán en darse cuenta? ¿Cómo será ese proceso de que alguien nota que no me levanté de la cama? ¿A quién llamarán primero, quién le dará la noticia a mis padres, cómo se enterarán mis amigos? ¿Alguien lo publicará en la redes?
Bueno, son muchas las preguntas al respecto, y me contesto de muchas maneras. No pensé que fuera algo raro, o poco sano, hasta que eso se sumó a las ganas de no hacer nada, cansancio extremo y el poco disfrute de las cosas que suelen hacerme sentir bien. El momento que noté que en definitiva no estaba bien, fue cuando salí con mi novio a una cita: ir al cine y luego a cenar. Ese día me vestí bonita, porque quería sentirme distinta a como venía sintiéndome esos días. Pero, cuando estábamos cenando en uno de los lugares que nos gusta, empecé a llorar sin razón aparente. La película era una comedia, mi novio fue atento, el camarero fue amable como siempre, pero yo no podía evitar llorar y sentir que el mundo se acababa. Al otro día le escribí a mi psicóloga pidiendo una cita con ella.
Esa semana fui a mi cita, le conté lo que me había pasado, y cómo había estado durante esas semanas. Me dijo, tenemos que ir a un psiquiatra. Esa frase me heló. Siempre supe que mientras no me mandara al psiquiatra todo tenía solución, pero aquellas eran palabras mayores. Me tranquilizó diciendo: es sólo para prevenir por las ideas de muerte… Y yo, ah ok, es solo para prevenir. Pero resulta que fui al psiquiatra y tuve que entrar en un proceso de tratamiento con pastillas. Unas para la ansiedad y poder dormir —porque el que está cansado y no duerme no es gente—, y otras para la depresión. Porque sí, tenía depresión. Estaba en la fase de pensamiento de muerte.
Los primeros meses fueron complicados, pero cuando logré dormir mejor, logré sentirme mejor. Ayudó además que empezó la cuarentena, así que todas las actividades que estaba haciendo y me estresaban, se detuvieron. Me fui a casa de mis padres a pasar las vacaciones de la universidad, y el estar con mi madre, lejos de todo y con tiempo para ver series, dramas coreanos y leer me ayudó mucho. Incluso empecé a hacer yoga en casa, dado que para mi ansiedad es necesario que realice ejercicios —una de las razones por las que duré mucho tiempo asistiendo al gimnasio aún cuando sentía que no lograba rebajar—. El ejercicio me ayuda a estar enfocada en lo que está pasando en el momento, a calmar mi cabeza y mis pensamientos.
El yoga, estar pendiente de mi perra y volver a actividades que disfruto, me ayudaron mucho en estos meses a ser yo, a dejar mis pensamientos de muerte y a estar más animada. Incluso volví a hacer algo que hacía mucho no hacía, y es cantar todo lo que digo mientras hago actividades como fregar, cocinar, limpiar o caminar por la casa. Las pastillas hicieron su efecto, y en las sesiones con mi doctor y terapeuta, me encontraron muy bien. Tan bien que casi estoy de alta, pero todavía debo continuar las pastillas por prevención, ya que el tratamiento continuo dura entre seis meses y un año.
Ahora estoy bien, mejor que nunca creo, pero hay muchas otras personas allá afuera que quizás no se dan cuenta de lo que sus pensamientos les dicen en el momento. Que creen que están locos, que quizás no tienen el valor o tan siquiera el apoyo para buscar ayuda y que creen que todo eso es pasajero. Que un día se levantaran milagrosamente sin tener esas ideas de cómo morir o de querer morirse antes de tiempo. Yo tuve esos pensamientos. Yo quería acostarme y no levantarme. Yo quería que eso que estaba sintiendo, esas ideas que estaba teniendo se callaran, y entendía que la mejor manera era morirme. Y no, no era el querer morirse como a veces decimos: kill me now. Yo lo decía en serio. Y aunque nunca tuve la intención de llegar a atentar contra mi vida, aunque nunca me puse en una situación de peligro, ni tomé ningún objeto para lastimarme, los pensamientos estaban ahí y eran más recurrentes que nunca.
Septiembre es considerado el mes amarillo por la prevención al suicidio. Y así como muchas personas que me conocen nunca habrán imaginado que sufrí depresión o tuve ideas suicidas, es muy probable que, así mismo hayan muchos otros con ideas peores que las mías. Personas sintiéndose peor de lo que me sentí y en un ambiente mucho más dañino del que he estado.
Si tú que estás leyendo esto, te sientes o te has sentido así recientemente, trata de buscar ayuda, no estás solo, hay miles de personas en una situación parecida a la tuya, aunque ahora pareciera que el mundo se te viene encima y que no puedes con el dolor que sientes, TODO PASA. Llama a ese amigo, conocido o familiar que sabes que estará ahí para ti. Llama al 911 si crees que no puedes con el dolor y piensas que nadie irá a ayudarte. O comunícate con el teléfono en tu país de prevención al suicidio.
No sientas vergüenza por el dolor estás pasando, ni por los pensamientos que están cruzando la mente. NO ES TU CULPA, tú no eres tu enfermedad, ni eres esa situación tan difícil por la que estás pasando. Lo único que al final nunca tiene solución es la muerte. Eres valioso, eres importante, tienes muchas cosas que dar en esta vida, y hay gente que te quiere y se preocupa por ti, aunque no lo creas.
1 comentario en «Muerte, la palabra que nadie quiere escuchar»
Impecable tu post Dahiana. Gracias por la valentía de compartir tu historia 💞