Me desperté cuando el chico que da asistencia pasaba con el desayuno. Un vaso de café con una granola. Tomé la granola, omití el café y volví a acomodarme para tratar de dormir, aún cuando habían abierto las cortinas de la ventanilla. Finalmente estabamos llegando, el reloj marcaba las 10 de la mañana y yo rogaba por llegar al hostal lo más pronto posible para tomar un baño. Tenía más de 24 horas de viaje desde el momento en que dejamos Chaitén, hasta el instante que nos estacionamos en Santiago. Al salir del autobus y tomar mi maleta, me dispuse a buscar un taxi, cuando lo encontré le di la dirección anotada , que de por sí ya me había memorizado, y emprendimos el camino.
Resulta que ese martes las calles de Santiago estaban repletas de manifestaciones. Grupos de trabajadores, estudiantes, madres… por cualquier calle principal que pasábamos nos encontrábamos con un grupo caminando en medio de la calle con letreros y gritando cosas que no lograba entender. Gracias a esto, la calle por la que se suponía que debíamos entrar estaba cerrada, o el tipo se pasó de listo y me dejó más lejos de lo que esperaba. Así que me tocó caminar un buen rato con mi maleta arrastras, sintiéndome muy cansada y rogando por una ducha. Como no estaba segura de hacia qué dirección seguir, me detuve a preguntarle a un barrendero que resultó ser haitiano, y parecía estar más perdido que yo. Finalmente me encontré con un carabinero y este me guió.
Cuando llegué al Hostal Providencia, que había sido el mismo de la otra vez, me recibió un venezolano muy amable. La habitación no estaría lista hasta las 2 de la tarde, pero podía dejar mi maleta en un almacén y usar uno de los baños del primer piso, así como las áreas comunes. Así que eso hicimos, saqué un cambio de ropa, me di un baño y me ubiqué en la salita con mi laptop para notificarle al pueblo que seguía viva y había llegado. Así le escribí a mi amigo y coordiné con Gonzalo, la segunda persona con la que debía reunirme durante mi estadía en Chile, para reunirnos en la tarde. Sin embargo llegué un poco tarde, dado que tenía que esperar a dejar mis cosas en la habitación antes de irme y esto me retrasó un poco.
2:30 p.m y había llegado al Palacio de la Moneda, busqué entonces la estatua de Salvador Allende y no hizo falta que me acercara para reconocer al melenudo hombre de 27 años que me esperaba. Gonzalo y yo nos conocimos gracias al Kenshin-Gumi, un foro dedicado al anime Rurouni Kenshin cuando apenas teníamos 15 y 14 años. Al igual que con Lilo, era uno de mis pocos amigos del foro con quien continuaba teniendo contacto. Más que nada porque él se volvió escritor y a lo largo de los años fui su principal crítica. Claro que cuando publicó su primer libro, Siluetas en la Oscuridad, la versión final, no terminé de leerlo. Basicamente porque la vida se me complicó un poco más. En fin, que al vernos nos dimos un abrazo y al escucharlo noté lo mucho que había crecido. Una voz grave de hombre mayor. Ahí noté lo grande que estábamos. Empezamos a caminar mientras charlábamos de mi viaje, lo ponía la día con mis últimas aventuras y él me explicaba algunos detalles de la ciudad.
Definitivamente no es lo mismo recorrer Santiago con un local que con alguien del sur. Así llegamos al Cerro Santa Lucía, y subimos con un poco de esfuerzo hacia la cima. Tomamos fotos, vimos el paisaje, una ciudad que combina lo moderno con lo antiguo y al fondo una nube de smog que cubría las montañas dejándolas a penas en una sombra. Al bajar nos reunimos con su novia, Camila. Una niña muy bonita, de cabello negro y con un vestido rojo que hacía resaltar su tono de piel y ojos. Aprovechamos entonces para tomar algo frío dado que hacía mucho calor y nos sentamos un rato a descansar.
Cami acababa de ser plantada por una de sus pacientes de las prácticas de psicología que está realizando y esto la tenía un poco frustrada. Igual tras tomarnos nuestras bebidas y charlar un rato mejoró su ánimo. Caminamos entonces hacia un mercado artesanal ubicado del otro lado del a calle. Aquí me hicieron levantar a un indio pícaro. Esto no es más que una pieza de madera con la forma de un indio aparentemente creada para los turistas. El truco está en que tomas la cabeza de la pieza y la levantas lentamente hasta que de repente sale el miembro del personaje erecto y hacia delante. Claro que nadie te dice por qué lo estás haciendo y el chiste es la cara que pones cuando ves eso salir de la nada. Continuamos nuestro trayecto y dado que no contaba con mucho efectivo, preferí no comprar nada. Ahora me arrepiento.
Seguimos entonces caminando y pasamos por el parque Forestal, donde habían muchas personas realizando diversas actividades: sentados en la grama, haciendo picnic, caminando, paseando a los perros, con un grupo de amigos tocando algún instrumento. Gente caminando de aquí para allá. Seguimos caminando y como no habíamos comido, al menos no yo, nos detuvimos en un Taco Bell. Mi gran decepción cuando las papas que pedí eran como las de McDonalds, y no como las papas del Taco Bell de R.D.
Continuamos el paseo por un barrio de bares, donde los chicos aprovecharon para comprar una caja de cigarrillos. Y luego de atravesar el parque Forestal y llegar al edificio de Bellas Artes, conocido más por su arquitectura que por las obras que albergan en él, nos sentamos a tomar algo más tranquilos. Aquí conocí el jugo de limón con menta y caí en amores como dicen en mi país. Que vaina más buena. Nos tomamos la foto para la posteridad, y darle envidia a uno de nuestros conocidos del foro, y después fuimos a una librería donde quedaba el último ejemplar de Siluetas en la Oscuridad. El autor lo compró para mi y luego lo firmó.
Terminamos el paseo llegando al a estación del metro, donde nos separamos dado que íbamos en dirección contraria. Claro que, aunque en teoría sólo estaba a una parada de mi destino la vida tiene cosas muy graciosas. Resulta que como era hora pico había mucha demasiada gente en la estación. De igual manera, algo a tomar en consideración es que cuando hay hora pico, hay dos líneas, la verde y la roja, las cuales tienen paradas específicas. Erroneamente tomé la que no era. Cuatro veces pasé por el frente de Parque Bustamante, sin detenerme. Yendo de una a otra, hasta que finalmente tomé el tren que me dejaría. Por supuesta ya había terminado de anochecer y pasaban de las 8 de la noche.
Llegué al hostal, me di un baño, organicé mis cosas y tras pasar las fotos tomadas en el día, me fui a dormir. Al siguiente día mi vuelo salía a las 10:00 pm y debía entregar la habitación a las 12:00 del medio día. Me desperté a eso de las 10:00 am, organicé mis cosas, y cuando se acercaba la hora de entregar la habitación me di un baño.
Entregué la habitación, dejé mis cosas en el almacén y me senté con mi mochila en el área común. Cuando me dio hambre, salí a buscar un sitio donde pudiera comer con 3 mil pesos chilenos. Tras darle casi la vuelta a la cuadra encontré un sitio con platos del día y un señor sumamente amable, imagino que el dueño del lugar, me invitó a pasar explicándome todos los platos. Cuando me preguntó si quería algo de tomar, le dije que no me alcanzaba y me ofreció un vaso de agua que acepté con gratitud. Me trajeron mi plato de comida, y cuando me tocaba pagar saqué el dinero que había contado, notando que me quedaban 2800 pesos. Es decir, me faltaban 200 pesos para completar. Ahí recordé que todavía mi tarjeta y que podía usarla, así que lo hice. Y de paso con el dinero que tenía me compré una paleta de chocolate y aún así me sobró.
El resto del día estuve durmiendo en le área común en uno de los muebles, hasta que el ruido y bullicio de las personas que entraban me despertó. A las 6:50 mi taxi ya había llegado. Así que recogí todo y me despedí de los chicos del hostal. Llegamos al aeropuerto a buena hora, y tras revisar que no hubiera dejado nada en el asiento, me desmonté ubicando la aerolínea. Tras realizar varias filas y comprobar que en todo el aeropuerto no había wifi, me detuve en un puesto de Dunkin Donuts, compré algo para cenar, un ice tea que me supo horrible y esperé a que fuera mi turno para pasar al avión. Las medidas de seguridad habían incrementado dado que el día anterior había ocurrido el atentado terrorista en el aeropuerto de Bruselas. Así que después del chequeo regular, justo antes de entrar al avión habían varias meses con oficiales revisando los equipajes de mano, mochilas y carteras. Ya en el avión sólo podía pensar en las ganas que tenía de quedarme. Y en todo lo que me esperaba al regresar a casa.
El viaje había terminado, pero algo tenía seguro, a Chile iba a regresar.