Después del mega weekend de viajes y conocer País Vasco, la siguiente semana pasó en tranquilidad y sin mucho qué contar más que lo normal de ir a clases. Algo distinto que hubo esa semana fue que me tocó realizar mi primera entrevista para la clase de redacción. Hablé acerca del Puente de Vizcaya, un Patrimonio de la Humanidad declarado por la UNESCO, así que tenía que dirigirme a una autoridad, véase el director de relaciones institucionales de este.
Como era la primera vez que me entrevistaba con alguien de Bilbo de cara a cara, pues obviamente estaba un poco nerviosa, y claro salí como 40 minutos antes, porque como debía durar 30 minutos en el metro para llegar al lugar de la cita… no quería llegar tarde. Al final mi entrevistado fue el retrasado.
Con mis preguntas listas me senté como por una hora grabando y anotando lo que este señor tan amable me decía, una enorme oficina, y fotos de la estructura del año quinientos… (claro porque tenía 118 años de haberse construido). Al final, todo bien. Salí satisfecha del lugar, aunque luego mi profesora, como siempre, se encargó de volver mi texto un reguero de garabatos con correcciones.
El fin de semana siguiente, fue lo que yo denomino un fin de semana muerto. Más de 48 horas encerrada en la casa en pijama… so nice. De repente la semana inició un poco más fría de lo acostumbrado, a 6 grados la temperatura, dando inicio al invierno en Bilbao.
Quizás por eso caí como guanabana en mi cama. Una gripe infernal, que se transformó en vomito de día entero. Malestar en el estómago, y esas ganas de estar en mi cama, bajo los cuidados de mi madre. ¡Ah claro! y pensando que debía tomar un autobus de 7 horas de viaje, y yo sin poder retener comida en mi panza. Definitivamente lo peor que te puede pasar es que te enfermes lejos de tu casa.
Al final me dormí sin nada más en el estómago que dos vasos de agua, y ya al siguiente día amanecí sin el malestar, pero con residuos de la gripe. Tomé mi autobus y…bueno, esa es otra historia que les contaré en mi próxima nota.