Nunca es fácil irse de casa. Recuerdo que cuando me mudé a Santiago, la primera semana me la pase llorando porque extrañaba a mi madre. Tenía 18 años y empezaba mi vida universitaria. Nada podía ser igual. Ni siquiera las amistades, pero algo que aprendí de esa experiencia es que a veces alejándote de quienes amas, logras conseguir tener una mejor relación, y digo esto porque luego de salir de casa de mis padres -a pesar de seguir siendo una mantenida- la relación con mi padre dio un giro de 180 grados, basándonos entonces en la comunicación, en el respeto por las ideas, en fin, que podría decir que mi padre es uno de mis mejores amigos. Todo porque me fui a estudiar lejos de casa.
Cinco años después se repetía la historia, ahora a una distancia muchísimo mayor. Confieso que al principio esto era lo que más deseaba, pero luego fui aterrizando a la realidad y empecé a notar todos los fallos que tenía un plan maestro concertado desde hacía ya cuatro años -quizás desde mucho antes-.
Existen relaciones que perduran a través del tiempo y de la distancia, en su mayoría y en mi caso, relaciones familiares. Así lo he notado con el trato con mis padres, mis hermanos, incluso mis tíos y primos a quienes apenas veo una vez al año. Existen relaciones que son mucho más susceptibles por el simple hecho de no tener la misma sangre. Ya sabré yo cuantas amistades se han perdido en el camino, incluso estando bajo el mismo cielo, a una misma hora, en un mismo territorio. ¿Qué no será en un horario distinto, a miles de kilómetros, donde por más tecnología que exista nunca podrás comparar el hecho de tener a alguien cerca? Las relaciones cambian, incluso cuando uno no lo quiera. Esto de por sí sucede porque nosotros las personas cambiamos.
Cambiamos por nuestras experiencias, por aquellas cosas que vivimos, por lo que vemos o escuchamos, cambiamos una ligera alteración del espacio, porque hoy me acosté más tarde que ayer, porque el clima no es igual, porque no me acostumbro a lo diferente, en fin… por miles de insignificantes razones.
Habiendo pasando casi tres semanas lejos de todo lo que me es familiar y confortable, es muy fácil caer en ciertos estados de ánimo que, como dirían por aquí, puta mierda que me tiene podrida.
Y entonces, como diría Barney Stinson, «Whenever I’m sad I just stop being sad and be awesome insted», así que aunque no estás de ánimos, te vas de Pintxo Pote -porque aquí la tx suena como ch- con par de compañeros, a los que apenas conoces y con quienes casi has compartido realmente, exceptuando por los dos extraños que viven contigo. Y te quedas fascinado por esta cultura y este movimiento juvenil, donde sales, te comes un pincho y te tomas cervezas (en mi caso vasos de coca cola con limón) y duras horas y horas hablando mierda con alguien que apenas tienes dos semanas conociendo.
Y es interesante, a veces consiste en simplemente tomar la actitud y acatarte a ella. Aunque claro que luego llegas a tu habitación emocionado por conectarte, ver quien de tus amigos está online, subir las fotos de tus salidas, contar tus historias, para luego charlar con aquellos a quienes dejaste y con quienes te gustaría estar. Y entonces cuando no ves un mail, o un mensaje o no están online, vuelves al down mode dándote ganas de regresar al calor de tu casa, a los brazos de tus padres, a los besos de tu pareja, a las risas de tus amigos.
Te preguntas como serán las cosas al regresar, qué cosas cambiarán, qué seguirá igual, qué cosas vas a arruinar o a echar a perder, si al final de este viaje decidirás quedarte aquí o regresar allá. Porque vamos, mucho no puedes hacer para ayudar a nadie desde tan lejos y mucho menos para mantener las cosas como quisieras que estuvieran. Y es por esto que a veces, es mejor simplemente no ilusionarse con nada, y seguir la corriente. Cuando estés solo, llorar si tienes ganas, cuando estés acompañado reír si te apetece, conocer, viajar, hacer lo que viniste a hacer, pero siempre con tu cordón umbilical atado a lo que dejaste.
Porque si existe algo que he aprendido, es que a veces lo mejor de irse lejos de casa, es que puedes notar las cosas realmente importantes para ti… Y entonces entra esa disyuntiva entre todo lo que soñaste de niña, adolescente y tu realidad varios años después.