Hacia el sur y más allá

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Como ya había comprobado dos días atrás, mi compañero de viaje carecía del sentido de la puntualidad. Habíamos quedado en reunirnos a las 9:00 a.m, y aunque no tenía manera de despertarme con alguna alarma, a las 8:00 ya tenía los ojos abiertos, por suerte mi cuerpo no sufre esa dificultad cuando viajo. Pero conociendo a mi amigo, me tomé mi tiempo para levantarme. Recogí mis cosas, anduve un poco por el internet, lei un poco, rechacé el desayuno, dado que iríamos por un completísimo (hot dog con tomate y palta).

Cuando ya empezaba a desesperarme (40 minutos más tarde a la hora indicada) finalmente llegó con cara de apurado. Fuimos por el completísimo, pasamos por el banco y luego hicimos una parada en el supermercado para comprar agua y algunas cosas como jabón, deshodorante, entre otros que Lilo había olvidado para el viaje. Más despistado. Luego de llenar el tanque de Tomás, nos pusimos en camino hacia Hornopirén, un parque natural ubicado a aproximadamente cinco horas en carretera hacia el sur desde Osorno.

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Iniciamos el paseo pasando primero por Frutillar, un pueblo creado básicamente por inmigrantes alemanes, con arquitectura alemana, famoso por su Teatro. Tras tomar algunas fotos, pasar por el muelle y hacer una parada técnica, seguimos la ruta hacia otro lado del lago cerca del volcán Osorno para tomar otras fotos y tontear en medio de la calle. Nada como pararse a mitad de la vía para tomar fotos y hacer pasos de ballet sabiendo que no viene ningún vehículo.

Continuamos la ruta con el playlist sonando canciones de U2, Radiohead, Guns and Roses, y otras bandas de rock. Y más que la música y cantar, lo que realmente nos entretuvo fue la vista. Enormes paredes naturales, arboles verdes, una que otra vaca comiendo pasto, ovejas, ah si y parte del camino sin asfaltar que tenía vuelto loco a Lilo y preocupado dado que Tomás era un auto pequeño y podría resultar lastimado. Tras varias horas de trayecto, nos detuvimos en Cochamo, una zona pesquera, donde entramos a un restaurante preguntando por un baño y donde terminamos comprando un jugo de damasco. Aquí la vista simplemente era genialosa. Montañas por todas partes, una temperatura bastante agradable, un enorme lago y una carretera casi desértica. Exceptuando por algunos ciclistas que vaya que tienen fuerza para subir esas colinas, en especial con unas enormes mochilas y bultos que llevaban amarrados a las bicicletas.

La noche caía y el cielo se tornaba naranja con destellos azules. Un imagen que no tengo manera de describir. Finalmente llegamos a Hornopirén a eso de las 9:30 pm. Tras seguir las señalizaciones de Gisela (el GPS) llegamos al hospedaje Catalina, donde nos recibió un señor muy amable. Tras dejar nuestras cosas e instalarnos en nuestras habitaciones, salimos al comedor para cenar. Dado que teníamos desde el completísimo sin comer nada. Curiosamente, no sentíamos mucha hambre hasta que nos sentamos en la mesa, nos sirvieron unas chuletas con papas que prácticamente deboramos. Al otro día quedamos en subir al parque Hornopirén y comprar los pasajes del ferry que nos llevaría hasta Caleta Gonzalo y así poder continuar con la ruta.

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Primer error del día: levantarnos tarde. Segundo error del día: gastar dos horas de la mañana tratando de comprar los pasajes online, en vez de preguntar por asesoria. Cuando finalmente nos jartamos porque la página de Transporte Austral no funcionaba, preguntamos cómo podíamos hacer, y resultó que a sólo tres esquinas de donde estábamos había una oficina donde podíamos comprar los pasajes, y encima que podías llegar con una hora de antelación al viaje -cosa que nos quitó la preocupación de tener que madrugar al otro día-. El reloj marcaba las 2:30 de la tarde cuando finalmente salimos de la oficina con nuestros pasajes impresos. Había empezado a llover, nada raro en Hornopirén dado que llueve 300 días al año, y de repente hubo un fuerte viento que casi nos tumbaba.

Cuando entramos al carro estuvimos unos segundos pensando qué podíamos hacer a continuación. Regresar al hospedaje y leer, o aventurarnos al parque… ganó la segunda opción. Nos dirigimos al parque, y luego de llegar casi al río en un camino muy malo, decidimos devolvernos y dejar el carro estacionado en un lugar más seguro. Desde allí empezamos un trayecto de casi dos horas subiendo la loma entre lodo, palos que parecían madera y monte. Al iniciar el trayecto nos encontramos con un señor que venía bajando, nos vio y se rió diciendo: Buen día para salir a mojarse los pies.

Efectivamente, aunque el camino estába bien señalizado, habían partes no tan agradables, al principio no presentaba ningún esfuerzo porque todo era recto, exceptuando los miles palos y raíces en el suelo. Pero cuando empezó la cuesta, se hizo mucho más difícil, tanto así que en mi caso me tocaba detenerme cada cinco minutos a tomar aire. Llegamos a un llano, pero solo se veían arbustos y la montaña, seguimos caminando y encontramos una mini cascada, seguimos subiendo y vimos unas escaleras, pasamos unos alambres de puas y más lodo. El sol salió por unos instantes, pero el lodo continuaba, tanto así que mis tenis terminaron inundados.

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Finalmente nos habíamos puesto la meta de otros diez minutos, sin saber si íbamos a llegar a la cima y dudándolo cada vez más. Sobretodo porque no queríamos que nos tomara la noche bajando. Cuando avanzamos un poco más nos tomamos con un enorme charco de agua que nos daba la señal de devolvernos. El trayecto de bajada, aunque más rápido, por la misma gravedad, fue mucho más complejo, Lilo se cayó cuatro veces de espaldas, por suerte sin golpearse muy duro. Yo venía más atrás y no pude evitar reírme como loca cada vez que tocaba el suelo entre todo el lodo. Claro que le karma me lo cobró y me resbalé como dos veces. Pero al menos mi trasero no llegó a tocar el suelo.

Cuando finalmente bajamos, nos recibieron un grupo de vacas que nos hicieron dudar de si estábamos en el camino correcto. Una de las vacas nos miró fijo de una manera que a mi compañero de viaje le asustó. Seguimos caminando hasta Tomás y tras limpiarnos un poco, para tratar de no ensuciarlo más de lo que estaba, nos regresamos al hospedaje.

Al llegar había un chico, gringo, pidiendo unas direcciones,  y la señora no lograba entenderlo así que serví de traductora. Cuando el chico se fue pregunté por una lavandería enseñándole los tenis que llevaba en la mano -dado que me los quité para entrar al edificio-, pero no tenían disponible. Así que nos metimos a nuestros respectivas habitaciones y usamos la bañera como lavadora. Después de quitar todo el lodo a mis ropas, la tendí encima de los calentadores. Dos horas más tarde salimos para cenar, y ya luego nos tocaba dormir.

Al día siguiente partimos hacia Futaleufú, nuestra última parada del viaje donde estaríamos tres noches, un viaje que se tomaba aproximadamente ocho horas.

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