Hacia el sur en mar: Futaleufú

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Eran las 9:00 am cuando salimos del hospedaje Catalina, tras despedirnos y tomar el acostumbrado desayuno chileno: pan, palta, mantequilla, mermelada, té, queso, jamón y un pedazo de bizcocho. Llegamos a tiempo, y esperamos una hora antes de que el barco zarpara. A medida que pasaba el tiempo, más vehículos entraban a la embarcación. Las personas salían de sus autos, caminaban por la cubierta, tomaban fotos o se iban a la cabina a descansar.

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Un par de chicos con cabello largo, barba larga y ropas harapientas conversaban animadamente en un idioma que no logré definir. Parecían un par de amigos de esos que viajan por el mundo con un presupuesto bastante limitado. Muchas personas se encontraban en los extremos tomando fotos, tras una hora de espera finalmente nos embarcamos hacia Caleta Gonzalo. Luego de navegar por unos minutos empezó a sonar una música, estilo jazz de los años 20’s. Cuando me di cuenta se trataba de los chicos. Tocaban muy bien y la música hacia que muchos de los pasajeros bailaran al estilo de New Orleans. Les tomé algunas fotos y me acerqué a ellos para preguntarles un poco sobre su viaje. Resulta que eran parte de una banda llamada Lost and Found, eran franceses, venían desde Argentina e iban hacia Chaitén. Llevaban tres meses viajando, y efectivamente la música que tocaban era al estilo del New Orleans de 1920.

Intercambiamos correos y luego continué con el paseo. Leí un poco de mi libro, admiramos la vista, tomamos fotos y sin darnos cuenta llegamos a la primera parada. Todos se montaron en sus vehículos y atravesamos en caravana un camino de piedras de aproximadamente 40 minutos. Llegamos al otro extremo y nos montamos en una embarcación mucho más pequeña, donde podías desmontarte del auto y subir a una especie de segundo piso, pero donde francamente no había tanto espacio para el recreo. Llegamos finalmente a Caleta Gonzalo y continuamos la caravana hasta Chaitén, donde la mayoría se detuvo en una bomba de gasolina que estaba justo frente al mar. Aquí esperamos un momento en la fila, y yo aproveché para hacer una parada técnica.

Increíblemente el baño de las mujeres siempre estaba dañado o cerrado cuando nos deteníamos en algún punto en búsqueda de baños, así que me obligaba a usar el de los hombres. En esta ocasión, cuando entré no había nadie, pero al salir lo hice casi corriendo dado que había un señor de espaldas en uno de los urinales. Finalmente seguimos el camino, gran parte de la caravana se había quedado en Chaitén y otra parte seguía hasta Futaleufú y pueblos aledaños.

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Aquí las montañas se imponían cada vez más a medida que avanzábamos. Enormes paredes naturales, un verde impresionante, y de repente topes de montañas nevadas, o llanuras con colores otoñales. Una parte del trayecto está en obras, por lo que nos tocó esperar en varios puntos a que nos dieran el paso. Y de repente vimos los Andes manifestarse, y claro,  tuvimos que detenernos a admirar la belleza que nos rodeaba en un pequeño mirador que encontramos a la altura de la carretera. Cinco minutos de respirar profundo pasaron y continuamos el camino hasta llegar a Futaleufú. Un pueblo pequeño, acostumbrado a recibir turistas, sobretodo argentinos y gringos. Ubicamos el hospedaje  con ayuda de Gisela (GPS) y nos recibió una doñita de unos 70 años, baja, con cabello corto y castaño, bastante agradable. Cariñosamente decíamos que era la abuelita, dado que nos decía chicuelos y nos trataba como una abuela. Nos ubicamos en nuestras respectivas habitaciones y salimos a comer.

Terminamos en un restaurante donde tenían un canal de televisión con vídeos de regueton y música urbana, cosa que nos incomodó un poco, pero estábamos cansados y con hambre y ya nos habíamos sentado. En el sitio solo estábamos nosotros, pero asumí que era por la hora, dado que al entrar un par de chicos se estaban retirando.

Tras cenar regresamos al hospedaje, acordamos con la abuelita tener el desayuno a las 9:45, aún cuando generalmente la hora límite era a las 9:30, pero nos explicó que esa regla era para los que se iban. Al principio me sentía un poco limitada, dado que sólo teníamos derecho a una ducha por día, y en cierto aspecto estábamos en la casa de la señora y su esposo, que habían agregado algunas habitaciones en el segundo piso. Pero ya después se sentía más acogedor.

Primer día en Futaleufú

Al otro día nos levantamos temprano, bueno no. De hecho, como no tenía alarma sólo podía despertarme al menos que tocaran mi puerta o porque si. Así que cuando abrí los ojos y vi que eran las 9:45, me levanté corriendo, cepillé mis dientes, fui a tocarle la puerta a Lilo y bajé a desayunar. La abuelita me recibió con una sonrisa muy amable. Al rato bajó mi compañero de viaje listo, tenía desde las 7:00 am despierto y no se le había ocurrido despertarme.

Tras desayunar, me alisté para salir. Fuimos al pueblo, dejamos la ropa sucia en la lavandería, buscamos una farmacia para comprar una crema para mis labios que estaban cuarteados y resecos, y unas curitas (parches) para los pies de Lilo. Sin embargo, en todo el pueblo no hay una sola farmacia, así que terminamos en una tienda donde venden de todo un poco, pero ya se les había acabado la crema para los labios. Aprovechamos entonces y compramos un paquete de galletas, por si nos daba hambre en la caminada. Luego fuimos a la oficina de turismo para definir qué lugares visitar, nos decidimos por la Reserva Nacional Futaleufú. Al salir del pueblo, unos oficiales nos detuvieron pidiendo nuestros documentos y los del auto, dado que estábamos sumamente cerca de la frontera con Argentina y suelen hacer chequeos en esa área. Llegamos a la casa del guardabosques donde nos recibió un perro muy bonito que de inmediato empezó a jugar conmigo. El día estaba soleado, y se notaba que haría calor, por lo que auguraba que la caminaba hacia los miradores sería menos intensa y trágica que la caminata hacia Hornopirén.

Seguimos las instrucciones del guardabosques, que nos dijo que el carro podía llegar hasta un punto con una piletas amarillas. Seguimos la ruta, hasta que Gisela nos dijo que habíamos llegado, y todavía no habíamos visto las señales. Cuando nos empezábamos a desesperar, encontramos a un par de leñadores y les preguntamos por direcciones. Resulta que nos habíamos pasado, y si seguíamos íbamos a llegar a un río. Así que nos devolvimos, hablaron de una escuela y un corral de ovejas que honestamente no vi, cuando llegamos a estos puntos, buscamos una entrada, nos metimos, había un portón de madera cerrado, lo abrimos, y llegamos a una especie de finca, con una casa en el fondo, y una gran explanada. Definitivamente nos encontrábamos en propiedad privada.

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Le preguntamos a la dueña de la casa, una señora ya entrada en edad, y nos dijo que teníamos que devolvernos y entrar por otra puerta. Había mucho polvo y aunque estaba fresco se notaba que haría más calor. Dejamos a Tomás estacionado en una esquina y empezamos a caminar. En el camino nos encontramos con el esqueleto de lo que parecía ser un toro o una vaca. Los huesos intactos al lado de un árbol, sobre la hierba seca. Tras la impresión, seguimos avanzando hasta llegar a una parte de muchos árboles. Teníamos treinta minutos subiendo cuando a Lilo le dio la sensación de haber dejado las luces de Tomás encendidas, y con ese miedo, decidió devolverse a verificar. Yo por mi parte decidí quedarme bajo un árbol a descansar y esperar.

En lo que estaba ahí, unos 15 minutos después, se acercó un señor con un bastón, que habíamos visto a lo lejos cuando iniciamos la caminata. El señor muy amable se acercó diciéndome que íbamos por el camino equivocado. Que si seguíamos por ahí, nos encontraríamos con puro campo. Que el mirador estaba del otro lado. Sólo se me ocurrió reír. Tras sostener una conversación con el campesino, al que por cierto casi no se le entendía nada, me puse de pie lista para bajar y tomar el otro camino, justo cuando hacíamos eso Lilo regresaba casi sin aire. El pobre había corrido porque le dio miedo haberme dejado sola en medio del campo. Le expliqué la situación, y seguimos al don hasta un punto donde podías ver el mirador y una enorme cascada.

Nos dijo que siguiéramos el camino de las vacas y que llegaríamos, así que eso hicimos. Nos volamos una verja de alambre de puas, y seguimos la señal de las vacas, era fácil por que había excremento señalizándolo. Nos detuvimos un momento para que Lilo recuperara energías, y tras varios minutos continuamos. Lleno de palos de bambú, arbustos, matas asesinas y mucho polvo. Finalmente pasamos una estructura de madera que parecía ser una puerta, y unos cuantos pasos más allá llegamos al mirador.

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Aquí duramos un rato admirando la belleza, tomando fotos y charlando de todo un poco. Cuando el sol ya nos estaba calcinando y el agua se había acabado, decidimos regresar. El regreso fue mucho más fácil y corto. Para las 3 de la tarde ya estábamos con Tomás, y como teníamos el resto del día por delante, nos quedamos un rato admirando nuestro alrededor. Regresamos al pueblo, y había mucha más gente en las calles de las que habíamos visto en la mañana. De hecho tenían una actividad en la plaza, pero decidimos regresar al hospedaje, darnos un baño y luego salir. Claro que después de entrar a las habitaciones se nos dificultó movernos. Después de todo habíamos caminado por cuatro horas. A todo esto, nunca supimos que hicimos con las galletas, ni donde las metimos, porque con todo lo de perdernos y subir al mirador, nunca nos preguntamos por las galletas.

Aproveché entonces para subir algunas fotos y ponerme al día con par de cosas. Cuando finalmente decidimos salir, el sol empezaba a bajar, y al llegar a la plaza, la actividad se había terminado, pero quedaban muchas niñas corriendo por las calles con las caras pintadas. De igual manera, las gallinas andaban como perro por su casa, literalmente, caminaban por toda la plaza, sueltas, tranquilas, como si fuera parte de su paseo diario. Nos sentamos un rato viendo a los niños jugar en los árboles: jugaban a la casita, a las escondidas. Juegos sanos y al aire libre que ya no sueles ver, al menos no en la ciudad, porque siempre están frente a una pantalla. Esperamos a que fuera la hora de ir a buscar la ropa, fuimos a la lavandería, llevamos la ropa al hospedaje y volvimos a salir en búsqueda de un lugar donde comer.

Terminamos en un sitio llamado La picá de los Colonos. Cuando entramos, el lugar estaba vacío, pero nos recibió una señora muy amable. Nos dio el control de la tele y cambiando canales llegamos a The Dark Knight. Mientras esperamos por la comida, el sitio terminó llenándose de gente, todos charlaban o se quedaban viendo con atención la película. Nos trajeron sopaipillas (arepitas), pan, ensalada de tomate, lechuga y palta, en fin, un montón de comida antes de los platos que habíamos pedido (milanesa con papas fritas). Había un letrero que decía: «Si quieres comer bien, debes saber esperar». Lo que daba la impresión de que duraban mucho para servir, sin embargo con esa entrada ya estaba casi satisfecha. Trajeron la comida, y con mucho esfuerzo trate de comerla toda. Seguíamos viendo la película -que de por sí ya estaba bastante avanzada cuando llegamos- y mientras decidíamos si terminar la película o pagar, la señora se nos acercó con un postre de mazamorra de manzana. Mucha comida, buena atención, y buen precio. Decidimos entonces que la próxima noche iríamos a cenar allá.

Claro que al otro día los planes cambiaron, pero por aquella noche nos quedaba tratar de quitarle unas astillas a Lilo de la mano -operación que quedó a medias porque mi pinza no logró sacarla, aunque habíamos pensado que si- y dormir. Aunque a mi me tocó dormir más tarde de lo deseado, dado que había recibido la noticia de mi mejor amiga se había comprometido (eso de que pasan cosas muy chulas cuando estás lejos de casa) y obviamente tenía que esperar a poder hablar con ella para poder dormir en paz.

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