Era sábado, y el último día de nuestra aventura juntos. Así que había que aprovechar el tiempo y armar bien la ruta. Pero, ya teníamos ocho días de andanzas, y de las cosas que quedaban que nos interesaban y podíamos ver, no había por qué levantarse demasiado temprano. Claro, todavía me queda pendiente ir a Universal Studios al parque temático de Harry Potter, que me estuvo siguiendo en todas las calles (en vallas y anuncios publicitarios).
Pedimos el Uber, y esta vez nos sirvió de chofer un hombre con estilo rockero (cola de caballo desaliñada y camiseta negra) y un carro un poco maltratado, pero definitivamente tenía el mejor playlist del mundo. Llegamos al Farmers Market, y luego de dar una vuelta y decidir donde comer, hicimos la fila en un puesto de comida mexicana. Mientras Juan esperaba la comida, yo me dediqué a buscar una mesa, dado que todo estaba repleto. Luego de caminar por el área sin encontrar nada, finalmente me topé con una mesa vacía justo al lado del puesto donde decidimos comprar. Me senté entonces a esperar, y comimos con tranquilidad. Al terminar, una familia que esperaba para que una mesa se desocupara se acercó, y le cedimos el lugar.
Dimos una vuelta más por el mercado, habían puestos de mangos, dulces, frutas varias, vegetales, salsas de todo tipo, helados, yogurt, suculentas, en fin de todo un poco. Compramos un yogourt helado cada uno, y nos sentamos un rato a comernos el postre. Después aprovechamos para ir al baño, y luego entramos a una tienda de cocina, donde además estaban preparando una clase para aprender a cocinar.
Continuamos el camino y pasamos a un área de tiendas, por donde estaba Barnes and Noble, la famosa librería. Claro que entramos y aquí duramos como dos horas dando vueltas entre los pisos de la librería. Pasando por todas las áreas, viendo los títulos más famosos, descubriendo otros no tan conocidos. Nos paramos en la sección de cómics y novelas gráficas, y nos quedamos un rato hojeando algunos ejemplares. Salimos de la librería y seguimos caminando hasta The Groove, donde habían muchas personas sentadas en la grama, una asociación de ayuda a cachorros con algunos perritos listos para ser adoptados, una fuente, varios restaurantes y puestos de pretzels y jugos.
Compramos unos jugos en uno de los puestos y nos sentamos al lado de la fuente a ver a la gente pasar. Después de un rato, y cuando ya estábamos terminando las bebidas, nos pusimos de pie y empezamos a caminar hacia La Brea Tar Pits Museum. Unos minutos más tarde, pasamos por los jardines del museo, vimos las exhibiciones que habían afuera (unos enormes Mamuts luchando contra un lago de petróleo), y seguimos caminando hasta el Los Angeles County Museum of Art para ver el arte público de las “Urban Light”. Tras tomar algunas fotos, pedimos el Uber y nos dirigimos a Venice Beach.
Definitivamente el tránsito en Los Ángeles es horrible. Y si a eso le agregas las veces que están reparando las avenidas o calles, mucho peor. Duramos una hora para llegar a la playa (y eso que encontramos lejos cuando vamos a Puerto Plata desde Santiago o a Boca Chica desde Santo Domingo). El Uber nos dejó justo al frente, y empezamos a caminar. ¡Cuánta gente!
Por un lado habían puestos de todo tipo: tiendas, bares, restaurantes, heladerias. Del otro lado, los vendedores ambulantes, gente tocando instrumentos musicales, en fin, la acera estaba repleta, no sólo con los puestos sino también con la cantidad de personas que iban y venían de un lado a otro. Del lado de la calle estaban los edificios y sus grafitis en las paredes (una réplica de Staring Night de Van Gogh, un Welcome to Venice entre otros), y del otro lado arena y más arena. Era tanta arena alrededor que nos preguntamos si era algo natural o si la habían creado intencionalmente.
Las personas iban a pie, en patines, patinetas y bicicleta. Habían unos quienes estaban acostados tomando el sol, otros tomando fotos, otros recién salidos del agua. Me sentí agobiada por la cantidad de personas a mi alrededor, además del sentimiento de inseguridad que se apoderó de mí de repente, haciendo que estuviera más pendiente de lo normal a mi mochila. Un equilibrista estaba flotando en el aire apoyado de un palo, ¿cómo lo hizo? ni idea, magia supongo, o un excelente truco de ilusión. Más allá nos encontramos con una banda que tocaba Smooth de Rob Thomas y Carlos Santana.
Caminamos por la playa y llegamos al Muscle Beach, donde nos sentamos un rato a ver tipos musculosos ayudar a niños a hacer vueltas maromas en trapecios y barras. Duramos un rato aquí, y luego empezamos a caminar hacia Santa Mónica. Media hora más tarde llegamos al muelle, y tras subir al pier y comprar un hot dog al estilo japonés, bajamos a tomar algunas fotos al atardecer. Nos mojamos un poco los pies en el mar del pacífico, que a pesar de estar en un ambiente más fresco, el agua no estaba tan fría como hubiera esperado.
Cuando la noche terminó de caer y ya habíamos tomado suficientes fotos, salimos a la calle para pedir el Uber de regreso al hotel. Al llegar nos cambiamos, y salimos a comer a uno de los restaurantes mexicanos del Hollywood Boulevard, cuando llegamos notamos que había uno pequeño más cerca de lo que esperábamos y nos preguntamos cómo no nos habíamos dado cuenta de ese lugar antes. Al cenar regresamos al hotel, y nos dispusimos a descansar. Al siguiente día yo tomaría un tren y Juan un avión. La semana había terminado, pero mi viaje continuaba.