Desafío Viajero: La ciudad de las luces y la neblina

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Para este quinto ejercicio del taller de Desafío Viajero, tocó trabajar las formas mosaico. Entre estas formas he elegido trabajar las miradas contrapuestas, donde se cuentan cosas que nos han desilusionado para contar el «lado B» de aquellos viajes que a veces terminan siendo más divertidos o interesantes que el viaje que originalmente teníamos planeado.

Siempre que escucho hablar acerca de París, frases como la ciudad de las luces, la ciudad del amor, la maravillosa Paris resuenan, dando la idea de ser una de las capitales más maravillosas y fantásticas del mundo para visitar. De hecho, muchas personas alrededor del planeta sueñan con visitar la ciudad y tomar la foto de regla en la Torre Eiffel. Ahora bien, mi primera experiencia en Paris más que película de comedia romántica fue un drama de cine independiente. 

Era el invierno del 2011, habíamos pagado por un tour de ocho días para visitar cuatro países y varias ciudades durante las vacaciones de navidad en Europa. Nuestro vuelo salía de Madrid a las seis de la tarde por lo que llegaríamos de noche al Charles de Gaulle donde nos estarían recibiendo en una minivan para llevarnos al aeropuerto. La verdad que la llegada fue bastante agradable, pues era la primera vez que un chofer pasaba por mí, con un letrero donde indicaba el tour que habíamos contratado. En otras ocasiones, casi siempre me recibía algún familiar, aunque la mayoría de veces me ha tocado pedir taxi o tomar el transporte público.

Mi amiga Tray y yo nos unimos a una pareja de recién casados que también eran parte del tour para dirigirnos al hotel. Al salir del aeropuerto, lo primero que pensé fue «que fea es esta área». La verdad era que el trayecto entre el aeropuerto y el hotel donde nos hospedaríamos no tenía nada espectacular. Luego entendería que muchas ciudades en Europa suelen ser un poco feas en las afueras. Ya instaladas en nuestra habitación, que tampoco era la gran cosa, nos dispusimos a descansar para aprovechar el primer día de tres que estaríamos en la ciudad. 

Tray estaba muy emocionada porque uno de sus grandes sueños al fin se cumpliría: ver la Torre Eiffel. Yo, en lo particular no estaba tan entusiasmada. Tras alistarnos, desayunar y poner algunos cubos de nutella en nuestras mochilas para el día, nos montamos en el bus donde ya habían familias, parejas y un grupo de jóvenes que conocían a mi amiga, todos parte del tour y nuestros acompañantes por los próximos ocho días. 

El autobus arrancó y el guía, tras tomar un micrófono conectado a los parlantes del bus, se presentó y nos explicó cómo sería la dinámica. A medida que iba hablando el autobus iba en movimiento. Empezamos a pasar por lugares emblemáticos de la ciudad y en algunos puntos nos detuvimos unos minutos para hacer alguna foto. Ese primer día estaba un poco nublado y en algunas zonas había mucha neblina. Pero los primeros lugares donde estuvimos aún se podían apreciar desde fuera. Sin embargo, cuando nos acercamos a la Torre y el guía nos dijo, vean a su izquierda… bueno, al voltear la vista hacia la izquierda, no vi nada.

Había tanta neblina alrededor que la torre no se veía. Por un momento pensé que era porque estábamos todavía lejos, pero a medida que nos acercamos entendí que la foto no iba a ser posible. Bajamos por nuestros diez minutos de fotos, pero la verdad no habían muchos ánimos de tomarse una foto con un arco que no tenía punta. A penas si se podía ver la base de la torre. Tray quedó muy decepcionada por lo que tuvimos que planificarnos para regresar más tarde. Pero claro, ese mismo día, a pesar de regresar en la noche, la torre aún iluminada seguía visualizándose apenas por la mitad. La suerte fue que todavía nos quedaba un día completo en la ciudad, así que aprovechamos para regresar al día siguiente. Claro que eso implicó tiempo que pudimos haber invertido en otras cosas, como visitar los jardines de Versalles a los que nunca fuimos. Aunque ella me regaña más por haber invertido más de dos horas en una fila para subir a la torre de la Iglesia de Notredame. Esa segunda noche la neblina se había disipado y al fin, habíamos podido ver la ciudad de las luces de la que todo el mundo hablaba. 

No me imagino una persona que solo hubiera estado por aquel primer día. De seguro regresó a su casa, bastante decepcionado. Así que si quieres ir a Paris y vas por pocas horas o días, lo mejor será que no vayas en invierno.

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