Cuando se es turista sueles tener la prisa del tiempo. Tienes que tratar de conocer la mayor cantidad de lugares, en el menor tiempo posible. Cuando vas por razones distintas, como trabajar, estudiar o algún proyecto específico que implique más de dos semanas, la cosa cambia. Es como si tuvieras tiempo para todo y pudieras permitirte tomar las cosas con calma.
Algo parecido me ha ocurrido en esta experiencia. Esta semana ha sido de adaptación, aprender a cómo usar el bus, saber las reglas básicas de sobrevivencia, ser confundida como un local y que las personas en la calle y en los autobuses de repente te hablen como si les entendieras… esas cosas.
Aprender todo lo que puedas de la ciudad que te recibe y darte cuenta que es muy parecida a la ciudad de la que vienes. Ser turista implicaría ir a Río de Janeiro, que está a aproximadamente ocho horas en autobus, a gastar mucho dinero para ver un desfile que a nivel internacional es lo máximo. Distinto a ser un residente temporal, cuando todas las personas locales te dicen: no pierdas tu tiempo yendo allí en carnaval. Aunque claro, notas que distinto es todo desde la perspectiva de un lugareño a la perspectiva que se tiene fuera de aquí. Los turistas suelen irse con la visión que se les vende, van a los lugares de los que hablan en las revistas y en internet, y gastan su dinero en los restaurantes recomendados por las aplicaciones del celular.
Es muy fácil confundir a una dominicana con una brasileña, muy fácil. Tanto que me he visto envuelta en cuatro conversaciones distintas con personas que nunca antes he visto en mi vida (ellos hablando en portugués y yo asintiendo como si entendiera). Eso, el clima, los hoyos en la calle, la amabilidad de la gente, el clima, el arroz, la habichuela y la carne, y en como los sistemas son parecidos, hacen que hasta cierto punto sienta que llevo más de dos semanas residiendo aquí, cuando apenas cuento 48 horas.
Conocer una nueva ciudad y tener la oportunidad de realizar labores tan comunes como tomar el autobus, ir a trabajar, salir por las noches, de repente caminar o ir al shopping suele darnos una perspectiva distinta a cuando llegamos y queremos ver solo la parte bonita, los museos, los parques, las actividades típicas o más famosas. Claro, que con tanto tiempo en las manos puedes ponerte en los zapatos del turista, pero todo cambia cuando sabes que tu estancia en ese sitio implica realizar un trabajo, apoyar un proyecto, ayudar a que las cosas sean distintas. Muy a pesar de que no hablo el idioma, de que increíblemente los brasileños no hablan ni les interesa mucho aprender el español (aunque he notado el interés en algunas personas, más que nada por el hecho de que son el único país de LATAM que no habla español) y que la comunicación ha sido en inglés… Si, vine a Brasil a hablar en inglés.
¡Ah si! Porque todavía no saben qué hago en Brasil, ¿o si? Estaré colaborando con un proyecto para una casa de ancianos que necesita recaudar fondos para poder atender a las personas que residen ahí (señores y señoras de más de 70 años la mayoría) y basicamente me toca ayudar en la promoción de algunas actividades y crear métodos para que la gente se una a la causa y done dinero. Si, me toca hacer de marketing. El único problema es que como me ha pasado antes, la directora del centro espera que hagamos mucho con poco. Eso parece ser un mal global.
Al final, no me siento una turista en esta ciudad y la sensación de que estando tan lejos de casa no me sienta como una turista, a pesar del sancocho del idioma, me da una sensación de comodidad que hasta cierto punto me asusta. Claro, los primeros días han sido suaves, habrá que ver como nos va más adelante, en especial cuando me toque mudarme con una persona distinta a la que apenas he visto una vez.