Era domingo y teníamos todo el día por delante para conocer otros atractivos de Futaleufú, así que esta vez me levante sin mucho apuro a la hora acordada y bajé a desayunar con calma. Mientras nos comíamos el pan con la palta, el queso y el té que nos servía la abuelita, hacíamos los planes del día. Teníamos que comprar los boletos de regreso para el barco hacia Hornopirén, yo quería lavar la ropa que me quedaba sucia -esa llena de polvo gracias a la caminata en la reserva- y ver si nos daba tiempo subir a la Piedra del Aguila, bueno, Lilo quería ir a la piedra, yo esperaba tener un día más tranquilo.
Mientras hacíamos estos planes caímos en cuenta que, para llegar a Caleta Gonzalo al siguiente día debíamos, mínimo, levantarnos a las 4:00 am. Dado que la embarcación salía a las 9:00 am, y nos teníamos que tomar esa puesto que a las 11:30 pm me tocaba tomar el bus desde Osorno hacia Santiago. La abuelita nos comentó entonces la idea de pasar aquella noche en Chaitén, y así evitar el tener que manejar de madrugada. Durante los próximos 40 minutos estuvimos haciendo las averiguaciones de qué nos convenía más, la abuelita hizo algunas llamadas, dado que en internet las opciones de alojamiento nos parecían muy caras. Mientras ahora decíamos, «ok, nos quedaremos y nos vamos a las 4:00 am» a los cinco minutos cambiamos de opinión y decíamos: «no, nos vamos hoy para Chaitén». Y claro, lo típico de que empiezas a pensar en todas las alternativas que debiste tomar en consideración antes.
Finalmente decidimos hacer una cosa a la vez. Lo primero era comprar los tickets del barco e imprimirlos para que mi amigo estuviera tranquilo. Así que hicimos la compra online y salimos a buscar un centro de impresión en un pueblo donde no hay farmacia, los vegetales llegan los viernes y era domingo. Sí, había un centro de internet y llamadas donde puedes imprimir, pero sí estaba cerrado. Fuimos a un par de establecimientos del pueblo tratando de conseguir una impresora, nadie tenía. Nos acercamos entonces al puesto de los carabineros, y un oficial muy amable nos dijo que si teníamos el archivo en una USB podía hacernos el favor. Eso significaba tomar los pasajes, sacarles una foto y mandarlos al correo, dado que en la página lo que hacen es que te dan un link, nada de archivo PDF o algo así.
Pasamos por la oficina de turismo para preguntar por los alojamientos en Chaitén, y justo cuando mencionamos la palabra Chaitén el chico, que iba a sacar algunos panfletos de una gaveta, se detuvo y se rió. La única manera era llegar al pueblo, y en el peor de los casos siempre teníamos a Tomás para pasar la noche. Yo, por mi parte, estaba negada a manejar por aquella carretera de noche.
Decidimos entonces irnos ese día, y como ya pasaríamos la noche en Chaitén hicimos el trayecto con más calma. Regresamos al hospedaje a recoger nuestras cosas, nos despedimos de la abuelita -a quien al final sólo debíamos una noche dado que le habíamos hecho un depósito-y salimos hacia el puesto de carabineros para imprimir los boletos. Cuando llegamos otro oficial nos atendió, el mismo niño que nos detuvo el día anterior al estar tan cerca de la frontera con Argentina. Y claro, él no nos dejó imprimir a pesar de lo que nos habían dicho antes. Lilo estaba un poco molesto, en serio le preocupaba no tener los pasajes impresos. Yo pensaba: ¿pero si ya están comprados por internet, ellos no deberían tener una lista con los nombres de los pasajeros?
Seguimos buscando un lugar para imprimir, y llegamos a un sitio que le decían la Telefónica, habíamos estado buscándolo desde antes, pero no dábamos con él dado que no tenía letrero, lo que decía era «Panadería». Al final resultó que era lo mismo. Pero ellos ya tenían esa área cerrada. El señor amablemente nos dijo que podíamos irnos tranquilos que al ser comprados por internet ya estábamos registrados, lo que yo pensaba. Sin embargo a mi amigo no le convenció.
Decidimos relajarnos entonces, era temprano y ya nos tocaría buscar un sitio de impresión en Chaitén. Fuimos por un Mote con Huesillo, una bebida típica chilena que suelen tomar en verano. Llegamos al sitio donde habíamos visto el letrero la noche anterior, y compramos dos. En lo personal me parecía una cosa muy extraña. Como si el cerebro de un pájaro estuviera en agua con un poco de maíz de fondo. Pero al probarlo terminó sabiendo muy bien. El cerebro no era más que una fruta, aunque igual al morderla me provocaba una sensación extraña.
Al pagar fuimos a la Laguna Espejo, un estanque de agua ubicado en el mismo pueblo, que como bien lo dice su nombre, es un espejo. Refleja las montañas que la rodean. Una imagen sencillamente hermosa.
Finalmente salimos del pueblo en dirección a Chaitén, y a unos pocos kilómetros nos detuvimos en el Lago Espolón. Otro de los atractivos de la región. Cruzamos un puente en el río, tomamos algunas fotos y ya sí que emprendimos el camino. Pusimos la música y empezamos a cantar, yo lo molestaba con canciones de las Spice Girls o Bon Jovi, las ventajas de tener el control de la radio. Cuando nos dio hambre nos preguntamos dónde estaban las galletas que habíamos comprado el día anterior. Nos detuvimos una vez a tomar una foto a una de las montañas de regreso y aprovechamos para buscarlas. Habían desaparecido. Finalmente llegamos a Chaitén.
Lo primero era buscar un hospedaje. Entramos al primer lugar señalado por un letrero que vimos. Aquí nos atendió una señora un poco obesa que tenía problemas en una rodilla. Las habitaciones estaban muy baratas, pero en el caso de Lilo le tocaría compartir la suya con otros dos extraños y eso no le agradaba. Como la vimos tan indispuesta a servirnos y de hecho ni siquiera ofrecía desayuno, decidimos no tomarla, aún cuando le habíamos dicho que regresaríamos. Encontramos entonces otro hospedaje, donde al entrar nos vimos con el mismo chico que unos días atrás habían ido al Hospedaje Catalina, en Hornopirén. El no se acordaba para nada de nosotros, estaba sentado frente a la puerta del lugar calentando una sopa instantánea y leyendo un libro bajo el sol. Aún cuando le expliqué el momento en que nos habíamos visto no se acordaba de nosotros, pero igual entablamos conversación, así supe que era estadounidense, vivía en New England y pasaba sus vacaciones en Vermont trabajando.
Aquí nos recibió una chica, el costo era un poco más caro que el anterior, pero ellos incluían desayuno, y el lugar se veía bien, así que lo tomamos. Sacamos entonces sólo las cosas que íbamos a necesitar -porque claro, quedaba en un segundo piso y la maleta no era apta para subir con ella-. Luego de instalarnos y darnos un baño, salimos a comer y ver si encontrábamos un sitio para imprimir los pasajes. Finalmente apareció. Buscamos entonces un sitio para cenar y terminamos en un lugar atendido por una dominicana.
Desde que entramos nos recibió y aunque tenía alguna modificación en su acento, la reconocí de inmediato. Claro que no pregunté hasta que pedimos la cuenta, la interacción fue la siguiente:
-Disculpa, ¿puedo hacerte una pregunta?- le dije.
– ¡Ah ya sé! – respondió sonriendo- Que si soy dominicana, ¿verdad? Yo te iba a preguntar lo mismo, pero hay gente que se ofende-
– ¡Ay no, mija! ¿Cómo me voy a ofender por eso?- respondí riendo.
Así supe que tenía cinco años residiendo en Chile, era de Santo Domingo, vivía en Santiago y en verano iba a Chaitén por trabajo. Porque nadie lo soportaba en invierno. Contrario a una señora que atendió a Lilo cuando imprimió los pasajes, quien era oriunda de Osorno, y para ella esa ciudad era demasiado caliente y por eso decidió residir en Chaitén -tomando en cuenta que su verano oscila entre 10 y 23 grados-.
Terminamos la cena, y la charla, y nos fuimos a descansar. Al día siguiente nos tocaba levantarnos a las 6:00 am. Que bien pudimos haberlo hecho una hora más tarde, pero bueno, el que no sabe es como el que no ve. Se me acababan las vacaciones y el viaje y desde ya empezaba la nostalgia.