La llegada a la Costa Este, fue tranquila y sin tropiezos. Sin contar el hecho de haber perdido mi Kindle en el tren, el vuelo de Chicago a New York estuvo tranquilo y sin contratiempos. La ciudad se veía totalmente iluminada desde el cielo, y transcurrió tranquilo (o al menos eso recuerdo). Llegué a la Gran Manzana por La Guardia, era la primera vez viajaba a través de ese aeropuerto, y aunque salí rápido (incluso mi maleta había llegado mucho antes que yo al parecer), como estaba en reconstrucción habían muchas salidas inhabilitadas, y tuve que durar un buen rato esperando el Uber.
Luego el camino del aeropuerto a casa de mi hermana en Astoria fue rápido. El chofer, un señor bastante simpático, estuvo poniendome conversación y contando historias de dominicanos que conocía en Washington Heighs, la zona de los dominicanos por excelencia.
Estuve tres días descansando en casa de mi familia, sin salir mucho de la zona, más que un día que tomé para caminar por las calles de Manhathan, reunirme con unos amigos y caminar por el Central Park. Lástima que el día que finalmente salí por esa área estuvo lloviendo y húmedo.
Conocí otros lugares que nunca antes había visto, a pesar de ser como mi octava vez en la ciudad que nunca duerme. Fui a sitios de los que no tenía idea, incluyendo librerías en las que duré horas caminando, parques en los que tomé fotos y muchos, muchos restaurantes de distintos tipos de comida.
Dos semanas, cuatro aviones, un tren, un autobus y muchos Uber. Cuatro ciudades y miles de kilometros de costa a costa, así terminaba mi aventura por los Estados Unidos. De regreso a la ciudad donde siempre he sido bienvenida y que siempre me recibe de una manera distinta.