Cuando tenía 16 años me propuse que antes de morir debía ir al cono sur. De hecho mi viaje soñado siempre había sido hacer la ruta desde Brasil bajar por Uruguay, llegar a Argentina, cruzar la Patagonia, pasar por Chile y subir a Perú. O viceversa. Ciertamente es un viaje que cuesta dinero y tiempo, y que realmente no sé si logré realizar en algún momento de mi vida, sin embargo, hoy llegué a Brasil. El país de la samba, del carnaval, de la gente amable, de esos que te regalan un chocolate caliente cuando tratas de pagarles y no tienes el dinero en la moneda adecuada. Y no saben cómo agradecí el gesto, más después de haber tenido 24 horas de viaje.
Si, 24 horas, tres países, tres aviones y dos autobuses hicieron falta para llegar a Sao Jose du Rio Preto, una ciudad mediana, de aproximadamente 500 mil habitantes ubicada casi en el centro del estado de Sao Paulo. La amabilidad del brasileño se siente desde el momento en que te montas en el avión con destino a Sao Paulo, y si llegas para hospedarte en una casa de personas a las que nunca has visto, prepárate para que te reciban como una vieja amiga: Tienes tu propia habitación con aire acondicionado -el cual necesitarás para soportar el intenso calor-, te sientas a la mesa a comer lo que haga la madre, te llevan de compras con sus amistades para estar listos para el carnaval y te invitan a celebrar el cumpleaños de su tía donde terminas siendo el centro de atención por ser la extranjera del grupo que no habla portugués pero sí inglés, así que los niños de la casa te cogen para practicar el idioma.
No tengo ni 24 horas que llegué a este país y se siente como si hubiera pasado una semana, no me quiero imaginar como se sentirá cuando se cumplan las seis semanas de estadía y acabemos con el proyecto que me trajo a estas tierras.
Por lo pronto he empatizado con mi host, Andressa, y siento que será difícil cuando me toque mudarme a casa de Leticcia por el resto de mi estadía. Y que conste, no llevo 24 horas aquí. Espero que el calor no termine de azotarme, me sorprendí mucho cuando íbamos en el carro de la casa de mi host por el centro de la ciudad y mis manos estaban sudadas.
De igual manera como los brasileños se sientan a una mesa a comer «entradas», porciones de distintos tipos de carnes cortados en pequeños pedazos, y pueden durar así todo el día, pero yo ya estaba full. Y claro, no podía dejar pasar el maravilloso zuco de laranja… frío, natural, en mi vida había probado un jugo tan bueno.
Hoy inicia otra aventura, que me tomará dos meses, dos países, y aún no estoy segura de cuantas ciudades. Pero sin duda será una experiencia genialosa.
Por cierto, aquí el Zica si está en todas partes, pero al menos en Sao Jose no es como si se estuviera muriendo todo el mundo. Salimos con repelente, pero no he sentido el primer mosquito, todavía.