El 28 de octubre del 2011 fue un día de emocionar. Estando tan lejos de casa como estaba, gracias a la tecnología había podido mantenerme al tanto de todo. Incluso enterándome de cosas que sucedían mucho antes que mis amigos allá.
La noticia fue trágica, tanto que el pique que tenía no me había dejado salir esa parte emotiva que ante hechos así me hacen llorar. Cuando vi el primer estado: «Julio está desaparecido desde ayer», lo primero que pensé fue: «va, seguro salió tarde de algún sitio y se le olvidó avisar». Pero luego a medida que pasaba el tiempo y más comentarios llegaban, la preocupación se hizo eco, y en menos de dos horas las redes sociales lloraban ante la noticia.
Al principio no me lo creía, vamos, tenía como un año sin saber de él, pero sabía que era un buen muchacho, no era posible que aquella nota mal redactada en un medio web local fuera cierta… Ni siquiera la imagen publicada donde se veía su cadáver me podía convencer de que se tratara de la misma persona que yo conocía desde hacía tanto ya. Pero era verdad, ya estaba confirmado.
Y entonces uno se pregunta, y ¿por qué demonios suceden este tipo de cosas? Comienzas a buscar más información, alguna fuente confiable que logre sacarte las dudas, para simplemente encontrarte con un enorme error, uno de los miles de errores que se comenten por las instituciones y autoridades de mi amado pedazo de isla.
Con este gran pesar, pero satisfecha de que en mi país no se quedaran callados, con esas muestras de aprecio en las redes sociales, me fui un poco más tranquila de Farra. Despejando la mente con algunos compañeros del Máster, estuvimos bebiendo parte de la noche, haciendo cuentos y jugando al Señor del 3, y yo siempre con mi Coca Cola. A la 1, ya estaba de regreso a casa. No estaba de ánimos suficientes para dejarme llevar por la Barca y durar hasta las 6 en la calle. Claro, que aquí hasta el momento no he sentido tanta inseguridad como se ha de sentir en mi propio país.
Con la gripe al tope, la nariz moqueando, y una tos que de vez en cuando hace acto de presencia, estuve toda la noche en FB viendo los cientos de mensajes de compañeros de la universidad en alusión a lo que le ocurrió a Julio. Cada vez que publicaban una foto o un mensaje los ojos se me aguaban.
Es una lástima y una pena que personas así tengan un final tan nefasto. Pero algo que he aprendido aquí es que hechos así a veces tienen que ocurrir, para que los demás estemos motivados a actuar. Al principio juzgaba a aquel energúmeno que publicó esa imagen tan horrible de ese cadáver, pero recordé algo que Enrique Meneses había dicho en su conferencia el día anterior: las imágenes como esas a veces son necesarias, no puedes tapar el sol con un dedo, ni querer transformar la realidad. Es una pena que el ser humano deba sufrir de esa manera para poder actuar.