25 de octubre 2011.
El domingo después de nuestra primera semana de clases del Máster de Periodismo Multimedia, fue tranquilo, casi aburrido… de no ser por un pequeño incidente con un amigo de uno de mis compañeros que casi entra en mi habitación por equivocación a eso de las 9:00 am (el pobre después estaba muerto de vergüenza y apenas si me miraba la cara…). Ese día aprovechamos para dar una señora limpieza a toda la casa, organizar la cocina, limpiar las ventanas, lavar las toallas…en fin. Luego de una insistencia por mi parte, salimos a caminar por el barrio y tomar algunas fotos.
Un domingo tranquilo, un poco gris, pero agradable. Terminamos en un locutorio para comunicarnos con nuestros seres queridos. Regresamos a casa, cenamos pizza entre todos, y vimos un programa que me recuerda a Amazing Race, pero es español y se da en el Aconcagua.
El lunes nos levantamos temprano, y luego de un susto que nos dio el viento abriendo las ventanas de la sala, nos fuimos a clase. Separados en 4 grupos, tuvimos nuestro primer contacto con las materias que nos harán sufrir este cuatrimestre. Sin embargo mi profesora de redacción es una bacana, aunque al principio da la impresión de ser media jodona. Luego del receso de 30 minutos, tuvimos nuestra segunda clase, donde nos dieron un resumen de casi 3 meses en una hora, para luego hacer una practica de 20 lineas resumiendo a su vez esa hora de clase.
Luego de pasar a dejar mi celular, para saber qué tenía, y tener que dejarlo, hicimos la compra de quince días (que después me dio la impresión de que solo duraría una semana). El resto de la tarde fue tranquilo, con mis dos compañeros ausentes (dado que ese día era festivo y se fueron a sus pueblos) un momento en que llovió, para luego pasar a buscar mi cacharro de celular que al menos ahora ya funciona (ya puedo realizar llamadas), pero todavía no me entregan mi smartphone (el cual tiene una semana desbloqueándose y todavía no nada)… Francyné dice que cuando viene a ver me lo robaron…yo tendré un poco más de fe, el señor tenía tanta pena que hasta me regalé una camiseta de la compañía del celular y me dijo que pasara el miércoles…
Ese día, tenía planeado ir a Santander con unas chicas del máster (de Nicaragua y Costa Rica) pero mi alarma no sonó. Al final terminé levantándome temprano en la mañana, y me la pase viendo televisión. Al medio día hicimos una rica comida (pechuga, con papas, zanahoria y lechuga) y luego nos alistamos para ir al Guggenheim. Después de devolvernos dos veces a la casa (primero se me quedó mi creditrans -una tarjeta para el metro- y luego por el celular) finalmente tomamos el metro en dirección a Moyua.
Las calles estaban desérticas en comparación a otros días, y luego de caminar más de la cuenta (dado que estábamos un poco perdidas y no teníamos el mapa en mano – todavía no sé donde lo dejé) llegamos al museo, una pieza arquitectónica que se eleva a orillas de la ria.
Personas de diferentes nacionalidades, músicos callejeros, niños y una agradable brisa eran los componentes para el ambiente en las afueras del museo. Finalmente adentro, entramos a una sala donde habían unas instalaciones que al entrar, sentías que estabas en un laberinto de nunca acabar… Hubo una en espiral que no pude terminar de recorrer gracias que a medida que avanzabas se hacía más estrecho y oscuro, y me asusté.
Luego de ver diversos cuadros y de entrar a casi todas las salas, salimos al café en las afueras, donde había un grupo tocando Jazz… Un capuccino al final de la tarde, con un croisant, Jazz y el friito de la casi noche eran los elementos de un ambiente agradable.
Al salir, nos encontramos con un músico que tocaba a traves de una marioneta. La canción Angel de Robbie Williams sonaba tan hermosa que tuvimos que esperar a que terminara de tocar, just awesome. Finalmente tomamos el metro de regreso a casa ya con la noche encima.
Si hay algo interesante de Bilbao, más que la arquitectura, el ambiente, el paisaje, es su gente. Personas que al pasarte por el lado te dicen «hola» aunque nunca los hayas visto, gente que no duda en darte una dirección, donde casi nunca escuchas una bocina de un vehículo apurando el paso, y donde dejan cruzar a los peatones en las calles. Hay veces que todavía me detengo antes de cruzar para entonces notar que el vehículo que venía me sede el paso. Bilbao tiene muchas maravillas que he descubierto y muchas otras que supongo seguiré descubriendo, aunque también tiene cosas que no me agradan del todo, pero eso ya se los contaré más adelante.
Aun así, extraño a Santiago, a Controba… cada lugar tiene su encanto, pero un hogar, siempre es un hogar, y mi pedazo de isla siempre seguirá siendo una maravilla.