Por si no lo sabes, salir a caminar me relaja. Tener un parque cerca donde pueda ir sin la necesidad de manejar es un lujo y un privilegio en mi país. Así que, a pesar de estar en una ciudad como Santo Domingo, tan caótica, con un tráfico horrible y llena de todas las cosas que las grandes ciudades suelen tener, el residir en una casa cerca de un parque era algo que realmente valoraba. Ese día me encontraba un poco estresada por el trabajo y para sentirme algo mejor, al llegar de la oficina, me cambié en mis ropas de hacer ejercicio y salí a caminar. En esta actividad hay tres cosas que me encantan: Primero, el parque… Un lugar verde, lleno de árboles, con caminos extensos, bancos, flores, gente que pasea, practica deportes o hace ejercicios, etc… Segundo, la música que puedo escuchar con mis audífonos y tercero, caminar.
No sólo es el hecho de hacer ejercicios, sino también de despejar la mente y alejar mis ojos de una pantalla o de la tensión que sufre mi cuerpo cuando estoy manejando (más en esta ciudad del caos). Hoy mi momento de paz se vio interrumpido gracias a un descuido. Por segunda vez me llevé mi cédula de identidad en los bolsillos, por aquello de que si tenía que salir a otro lado antes de regresar a la casa. Lo peor de ello fue el colocar mi documento de identidad en el mismo bolsillo en el que coloco mi celular. El cual si me vibra lo saco, si me encuentro con una escena bonita para una foto lo saco… y bueno, lo saco más de lo que debería.
Sucede que llevaba conmigo mi licencia de conducir, así que cuando sacaba el celular y me quedaba la duda de si se me había caído alguno de los documentos, tentaba el bolsillo y como sentía el plástico rectangular, seguía como si nada. Nada como llegar a la casa tras una de esas terapéuticas caminatas, vaciar los bolsillos y notar que está todo menos la cédula. Primero me dio una sensación de incredulidad, luego el pánico se apoderó de mi. No lo pensé dos veces y tras haberme puesto las sandalias, tomé el celular y salí a recorrer la misma ruta que había hecho anteriormente sin dejar de mirar al suelo.
Tras haberme hartado de caminar y mirar hacia abajo, procurando incluso las orillas llenas de hojas y ramas, empezó a oscurecer. Una chica que paseaba a su perra, Debbie, me dijo que fuera al destacamento a reportarla, dado que generalmente allí solían llegar las cosas perdidas. Pregunté a como cuatro personas más, cuando estaba mucho más oscuro y los pies estaban a punto de rendirse, me encontré con un señor que me dijo que el destacamento estaba del otro lado y que fuera al camino de afuera del parque a notificar a uno de los policías. Cuando me acerco al policía (que estaba hablando por teléfono) le explico la situación, me mira con cara de: «Bueeeh» y me dice que vaya al destacamento. Cuando le dije que iba a pie me dijo: «¿Pero usted está caminando? Eso es lejos…». Yo me quedé como: «¿Me veo como alguien que estuviera montada right now?». Me puse a caminar en dirección contraria entonces, a lo que él se aseguró de que iba a buscar por esa zona por si la veía.
Aquí el cansancio, el pique, la impotencia y todo se me revoloteó. A esa hora debía estar camino a reunirme con un amigo, para hacer una diligencia y luego llegar a casa de otra amiga para ver juntas The Flash como todos los martes desde que ya no tengo clases. La noche terminó de caer y cuando estaba a punto de llorar me encontré con unos militares que no sabían donde estaba el destacamento. Un policía tuvo que acercarse y explicarme. Lo interesante es que el quería que yo fuera a preguntarle a dos policías de la ruta de donde venía… Lo miré con cara de: Are you kidding me?
Finalmente llegué al destacamento, me recibieron tres oficiales sentados mientas hacían cuentos y relajaban con un hombre moreno. Les explico la situación y me dicen que nadie ha llevado ninguna cédula, los miré con cara de «¡Mierda!», y en vez de decirme cosas que pudieran alentarme empezaron: ¿Usted anda sola? ¿Dónde vive? Tiene que tener cuidado con ese celular, —lo tenía en el bolsillo pero como llevaba el protector se notaba— que los asesinos lo ven de lejos… ¿En serio, asesinos?, pensé. Parecían esos niños del barrio que ven a una niña nueva y en vez hacer que se sienta segura empiezan a asustarla con sus comentarios sobre todo lo malo que le puede pasar. Lo gracioso fue que mientras un chico muy amable registraba mi denuncia, me llaman diciendo que la encontraron, al parecer no sabían la diferencia entre una licencia de conducir y una cédula de identidad. Cuando terminé de registrar la denuncia era hora de regresar a la casa. Y de cuatro policías que estaban haciendo absolutamente nada, no hubo uno que dijera: «Déjeme acompañarla al semáforo señorita…» o «Permitame que le alumbraremos el camino hasta que salga a la calle…». No. Me miraron caminar muertos de risa probablemente pensando en todos los peligros que podía encontrarme al atravesar esa parte del parque totalmente a oscuras hasta llegar a la calle.
Cuando venía caminando encontré una rama un poco dura, la tomé en mano y empecé a llorar del pique. Pique conmigo misma por haber sido tan descuidada, pique con las autoridades de este país… Como si todo eso fuera un proceso más y pique con esta ciudad y sus habitantes tan poco atentos y con carencia del buen servir.