En el colegio nunca me quemé en ninguna materia. De hecho, en el bachillerato sacaba muy buenas notas. Sobre 80 casi siempre. La materia en la que tuve mayores dificultades fue en Francés, pero lograba pasarla bien. En la universidad tuve dos C, y el resto entre A y B. Durante mi maestría casi repruebo una materia, pero saqué el mínimo para poder superarla. En España, donde realicé mis estudios de postgrado, las calificaciones se dan por números y en vez de letras te dicen si eres notable.
La C que más me dolió fue en Español 102, que para mí fue como una F.
Cuando empecé a dar clases los primeros años la nota más baja que algún estudiante sacaba conmigo era una C. En raras ocaciones hubo estudiantes que sacaron D, y en la universidad donde imparto clases, todavía se puede pasar la materia con esta última. En una ocasión un estudiante tuvo que retirar la materia por problemas de salud, en otra uno no llegó a entregar las prácticas por lo que le recomendé que también la retirara. Pero fuera de esos casos esporádico, la media seguía sacando B y A. No por que los pasara, sino porque me preocupaba que aprendieran y creaba las oportunidades para que les fuera bien, si hacen el esfuerzo.
Este semestre no fue así. Una estudiante que empezó muy bien, entregando sus trabajos a tiempos, participando en la clase, de repente dejó de asistir a las sesiones virtuales, le escribía a través de los canales oficiales de comunicación de la institución, y no respondía o duraba mucho en responder. Finalmente conseguí su número en WhatsApp, y me comentó que tenía problemas de conexión, y no había podido resolver dado que la situación de la pandemia le impedía salir de su casa. En varias ocasiones le di algunas opciones de cómo podía entregar los trabajos, entendiendo su situación y buscando la manera de que pudiera superar la situación de la mejor manera posible. Sin embargo, el semestre terminó y la estudiante no pudo entregar sus trabajos, y tampoco asistió al resto de las sesiones.
El día antes de la publicación de notas, y ya terminado de manera oficial la semana de entregas finales, me escribió desesperada por la situación. Ya le había recomendado retirar la materia pero al final no pudo. Al final, no se pudo resolver, y no tuve más opción que colocarle una F. No sé si fue su primera F, pero esa letra la sentí como mía.
He escuchado a muchos profesores que pareciera que les encanta reprobar a sus estudiantes. Pareciera que mientras más difícil le ponen las cosas a sus estudiantes, mejor se sienten. Yo no soy así. Aunque suelo decirles a mis estudiantes que la nota no lo es todo ni lo más importante, si me preocupa que no puedan pasar la materia. Esa F me dolió tanto como profesora como ser humano. Pienso en esa estudiante y en las dificultades que tuvo durante el semestre, en las cosas que probablemente tuvo que pasar en su casa ahora que estamos en cuarentena, y que por alguna razón no comunicó a tiempo.
Duré muchos años llevando solo un grupo por semestre. Hace ya un año y medio empecé a aumentar la carga académica, a medida que decidí dedicarme a la educación a tiempo completo. Así que imagino que esta no será la última vez que me encuentre en una situación así, porque al final del día soy un ser humano y no lo puedo resolver todo, menos cuando se trata de otras personas. Pero esta experiencia me ha ayudado a estar más preparada y a buscar opciones de manera más rápida en caso de que me ocurra una vez más.
La próxima semana iniciamos un nuevo período de clases, con nuevos retos, nuevos grupos de estudiantes, pero la misma situación de pandemia mundial, y la misma dificultad de la conectividad y el acceso. Esperemos que podamos superar el semestre sin mayores dificultades. Al menos desde ya, me estoy preparando para dar lo mejor de mí y evitar otra F.