Ya es oficial, soy una doctoranda o como dirían en Estados Unidos, “a PhD Candidate”.
Esto significa que a partir de los próximos días y por tres o cuatro años, estaré sumergida en el mundo de la academia. Lo que implica que me tocará leer mucho, escribir mucho y analizar mucho más. Aún no he iniciado las clases que corresponden a los cursos que me toca tomar, pero ya estoy matriculada y mudada a la ciudad donde estaré realizando estos estudios.
Ahora veamos un poco atrás a lo que ha sido este proceso.
En enero del 2020 salió la convocatoria para becas de Fundación Carolina, una organización que se encarga de dar becas de estudios de postgrados a estudiantes de Latinoamérica en distintas universidades de España. El trato es que vayas a estudiar, te capacites, y regreses a tu país a poner práctica los conocimientos y aprendizajes adquiridos. Para los estudios de doctorado no basta con solo aplicar por tu cuenta, como en otros casos como el máster. Sino que necesitas hacer todo un proceso y cumplir con ciertos requisitos: primero debes ser docente de una universidad —hola, la profe aquí con casi 8 años dando clases a estudiantes universitarios—, luego tu universidad debe proponerte como candidato a la beca. En este último caso, debía aplicar a un programa que tiene mi universidad para luego poder aplicar a la Fundación. Cuando ya tenía todos los papeles y había aplicado a mi uni, ellos debían hacer la aplicación por mí. Todo esto ocurrió justo la semana en que el mundo tuvo que trancarse porque el coronavirus se había convertido en una pandemia.
Así que nada, ya había llenado mi solicitud y enviado todos mis documentos pero la verdad veía muy difícil que con la situación que estábamos viviendo me dieran la beca. Qué equivocada estaba. Al final resultó que sí, en julio me llegó un correo diciendo que me habían otorgado la beca y que tenía 14 días para enviar una documentación adicional y aceptar la adjudicación. Mi primera reacción fue gritar. Recuerdo que me encontraba sola en casa, preparando mis clases para el día y revisando el status de mi libro publicado en Amazon. Ese verano inicié varios proyectos que tenía en lista incluyendo este podcast, y de paso acondicioné mi oficina para poder trabajar desde casa de manera más cómoda, como había venido haciendo desde marzo.
Cuando te dan la noticia de que tu vida como la conoces va a dar un giro de 180 grados, y que te toca viajar en medio de una pandemia, la verdad es que no hay mucha felicidad qué sentir. Aunque claro, el tener una beca Carolina es como ganarse la loto en el mundo de la academia. Los días antes de mi viaje estuve tan estresada que hasta me enfermé. Duré 24 horas vomitando todo lo que entraba por mi boca. Terminé yendo a emergencias para poder hidratarme, y me mandaron a hacer algunas pruebas, aproveché incluso para volver a hacerme la prueba del covid-19 —ya me la había hecho antes para los papeles de la visa—, todo salió negativo. Incluso, uno de mis amigos doctores dijo que estaba demasiado sana. Lo que sea que eso signifique.
De todo el proceso lo que más me incomodaba era dejar a mi Lucy. Y de hecho, ya tengo algunas semanas en España y es lo que más extraño. Al final traté de aprovechar cada momento con ella y estar presente lo más posible. La meditación y el yoga me ayudaron mucho en esos días. Se quedó en casa de mis padres, donde tiene patio, le dan su comida, la sacan tres veces al día y tiene más espacio para correr, jugar y hacer desastres —aunque la verdad es que ella se porta bastante bien—. Siempre que hablo con mis padres por videollamada me la ponen un rato y aunque no me vea o me huela, mueve la cola y las orejas al escuchar mi voz. Mi ñeña.
Cuando estaba en el aeropuerto empecé a sentir al fin la emoción del viaje. Lástima que me dio un mini ataque de pánico cuando en el avión un muchacho se sentó a mi lado, cuando se suponía que por la situación que estamos viviendo las aerolíneas debían tener la capacidad mínima de pasajeros. El avión iba casi lleno. Pero al final logré que me colocaran en un asiento al lado de ventana y sin acompañante al lado. En el vuelo completo estuvo medio incomoda, hasta el estómago se me revolvió y vomité justo después de aterrizar.
Me tocó una residencia con otros latinos —provenientes de países como Argentina, Colombia, Cuba y Perú—, todos están haciendo su primer o segundo máster. Tengo una habitación sola y comparto el baño con otra chica —mi vecina del frente—. En general son personas agradables, y tanto el baño como la cocina se mantienen limpios y ordenados, lo cual me da una gran paz. Los primeros días me tocó salir bastante realizando diligencias, ir al banco, a la uni, sacar papeles de migración, hacer compra en el supermercado, etc. Ya las siguientes semanas han sido más trancada, saliendo solo para lavar la ropa o ir al supermercado.
Ahora mismo estoy en la primera fase del estudio, tratando de enfocar mi tema lo mejor posible y viendo cómo han trabajado otros, para a partir de enero darle con todo. El covid-19 sigue haciendo de las suyas, pero al menos ya hay varias vacunas, e incluso en esta semana en Inglaterra empezaron a vacunar a personas fuera de las pruebas. Mi vida volvió a cambiar y volví a empezar desde cero, pero sobreviví a esa transición, y estoy muy consciente de que todavía me quedan más inicios en los próximos años —mi cabeza ya está tirándole un ojo a los próximos tres años—.
De lo mejor, ha sido volver a caminar por las calles de España, presenciar el otoño, y aunque siempre debemos salir con mascarilla, respirar de vez en cuando fuera de las paredes de la residencia.