Gradas, cuestas y el engaño de la vista

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1 de abril, 2012.

Si les soy sincera fueron demasiadas las cosas que nos pasaron hoy como para detallarlas. Además de que el cansancio me tiene agotada mentalmente. Pero por ustedes haré el esfuerzo de contarles aunque sea por arriba mi día en Lisboa. 

Luego de desayunar y llevarnos un pan con mantequilla y jamón en las carteras para cuando nos diera hambre (cosa de pobres), buscamos la estación del metro que nos llevaría a uno de los puntos turísticos de la ciudad. Claro que, nos perdimos y luego de preguntar y caminar el doble fue que la encontramos.

Una vez estás en el metro y tienes un mapa todo parece más fácil. La ciudad tiene su encanto. Está la parte antigua del centro, donde todas las calles implican caminar una cuesta, el suelo es irregular..y bueno, recomiendo andar con zapatos super cómodos y si es posible detenerse cada cierto tiempo a descansar o tus pies terminarán convertidos en un etcetera.

Caminando sin rumbo, con un mapa e interesantemente llegando a todos los puntos deseados, así pasamos el día que transcurrió lentamenete. O bueno, es que caminamos tanto y vimos tantos lugares «diferentes» en tan poco tiempo que más bien nos rindió bastante.

Las calles muy estrechas, las aceras mucho más estrechas. Tanto que si venía una persona en dirección contraria tenías que detenerte, esperar a que pasaran los vehículos para poder seguir caminando. Sabías cuando estabas en el lugar adecuado, por la cantidad de turistas alrededor,  que probablemente tomaste la dirección incorrecta si te encontrabas con personas con caras de querer matarte o un entierro a mitad de la tarde.

Iglesias y castillos fueron nuestras mayores atracciones. Aunque solo fue el castillo de S. Jorge, al cual había que pagar para entrar ( una cantidad mínima eso sí), y que parecía más una fortaleza rodeada de mucho verde y restaurantes. Pero con un hermoso mirador, donde notamos que aquí tienen un Cristo Rey igual que el de Brasil.

Lisboa tiene un paisaje de techos de ladrillo, casa de colores, pisos desnivelados y en cuadritos, y grafitis en todas partes. Como dije, tiene su encanto. En las zonas más modernas hay un aire distinto, mucho comercio y una actividad diferente. Por momentos me recordaba a Amsterdam.

Nuestra última parada fue Fado, una zona de restaurantes y actividades nocturnas. Para llegar allí pasamos por un mirador donde había una especie de manifestación llamando a la próxima huelga que habrá en Portugal. Un indú muy insistente y amable nos guió hacía la gloriosa comida que al principio pensamos sería pizza y terminó siendo carne por lo barata que fue – y muy buena que estaba -.

Al salir, el agua había bañado la ciudad, y todavía seguía lloviznando. Suerte que ya estabamos camino al hostal. Por cierto, durante todo el día estuvimos encontrandonos con la señora con la que compartimos la habitación y su acompañante, y con una pareja de adultos mayores de 40  y un par de chicas que tambien venía en el avión. Definitivamente no es una ciudad muy grande.

En cuanto al hostal, está muy bien. Las duchas «compartidas» están separadas individualemente, y cada casilla tiene un espacio para colocar la ropa sin que se moje. Las habitaciones están ordenadas y limpias, y a cada cama le corresponde un armario que puedes cerrar con candando. Aunque es una especie de centro juvenil, la verdad es que se mantiene muy organizado.

Mañana nos iremos a Fátima, o esa es la intención.  Nuestro viaje por Portugal apenas inicia, aunque en lo personal siento que llevo un mes aquí.

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