Y las más de 24 horas de carretera

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Desperté a mitad de la noche con calor y sed, pensando que serían ya las cinco de la mañana o algo así. Que difícil fue notar que apenas eran las tres de la mañana y quedaban tres horas por delante para poder dormir antes de tener que levantarnos. Lamentablemente no pude volver a dormirme, y ya cuando me finalmente estaba cayendo rendida me tocó levantarme. Típico. 

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Me levanté, recogí mis cosas, me di un baño y bajé a desayunar. Lilo me acompaño unos minutos más tarde. En el comedor no había nadie más que una de las dueñas y comentamos que la noche entera se la había pasado lloviendo. Yo estaba más dormida que despierta. Cuando terminamos el desayuno, nos terminamos de alistar y nos pusimos en ruta. Una hora y veinte minutos nos tomó llegar hasta Caleta Gonzalo, donde ya había una fila de vehículos esperando por el barco. Aquí esperamos una hora y treinta minutos más. Finalmente nos montamos en el primer navío, para luego pasar 40 minutos más de carretera y terminar en el segundo barco donde estaríamos las próximas tres horas y media. A diferencia del viaje de ida, esta vez entramos a la sala de pasajeros. Ubicamos unos asientos con una mesa y ahí nos sentamos. Pasamos las próximas tres horas y media leyendo comics y tratando de dormir. Este barco era más pequeño y el clima no estaba para estar afuera admirando las montañas.

Al llegar a Hornopirén, nos detuvimos en las oficinas del transporte Austral para preguntar por los tickets de la embarcación hacia Puerto Montt. Esta vez no tomaríamos la ruta larga de la carretera por Frutillar, sino que haríamos el trayecto en barco directo a Puerto Montt. Mientras esperábamos vimos a una pareja de casados que habían cambiado los tickets de dos días antes para irse a Futaleufú ese día. Pensé en que podrían llegar a ser la misma pareja que estaba supuesta a llegar el mismo día que nosotros y que al final decidió extender su estadía en Hornopirén e irse el lunes. Ellos empezaban el viaje que nosotros estábamos terminando. Cuando nos atendieron, nos explicaron que no era necesario comprar los tickets por adelantado, dado que cada 15 minutos sale un barco y se pagan ahí mismo.

Seguimos entonces la ruta diciendo adiós a Hornopirén, colocando más canciones y un poco más despiertos que antes. El trayecto se hizo corto y cuando menos lo pensamos ya estábamos en la fila de vehículos para tomar el barco hacia Puerto Montt. Calculo que duramos aproximadamente una hora esperando sin avanzar mucho. Incluso muchos conductores se bajaron de sus vehículos a estirar las piernas. Un par de chicas estaban vendiendo empanadas, y como teníamos mucha hambre aprovechamos para comprar. Tras la larga espera, que realmente no se hizo tan larga dado que estuvimos conversando y comiendo, entramos al ferri que era un poco más grande que el primero, pero más pequeño que el segundo. Claro no calculé muy bien el tamaño dado que estábamos parados detrás de camiones y buses. El pequeño Tomás se perdía entre esos enormes vehículos.

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Tocamos tierra algunos 20 minutos más tarde y continuamos el trayecto por Puerto Montt. Nos encontramos con un «taco» (embotellamiento, tapón, tráfico) en la entrada a la ciudad, y guiándonos por Giselda llegamos a una estación de gasolina para llenar a Tomás y descargar líquidos. Al salir de la ciudad tomamos la autopista recto hacia Osorno. Yo venía más dormida que despierta, pero hubo unos minutos en que me maraville por la vista: de un lado teníamos un llano verde y la luna espléndida, del otro montañas y el atardecer, y nosotros justo en el medio, en la carretera a más de 100 km/hr. Algo que me sorprendió fue la cantidad de peajes que tomamos para llegar a una ciudad a una hora y treinta minutos de distancia. Aunque claro, dos de esos peajes los tomamos por equivocación. El primero porque a la salida de la ciudad Giselda nos guió y no sabíamos muy bien, el segundo porque Lilo se equivocó de entrada. Pero aún así, conté como 4 peajes de los que tomamos, y algunos 8 en todo el trayecto.

Llegamos a Osorno pasadas las 7 de la noche. Aún me quedaban algunas horas antes de tomar el bus. Así que paramos el auto en una calle a planificar qué haríamos. A mi amigo se le ocurrió la idea de quedarme y viajar al otro día. Estábamos muertos del cansancio. Pero yo todavía tenía cosas que hacer en Santiago y el ticket del bus ya estaba pagado y a esa hora no sabíamos si podíamos cambiarlo. Además de lo que representaba tener que buscar otro hostal y gastar más dinero que ya no teníamos.

Decidimos entonces ir a comer, y luego buscar una tienda de suvenir para comprarme una camiseta con la bandera de Chile: ya tenía la gorra de Costa Rica y una camiseta de Brasil, ambas cosas regalos de amigos oriundos de esos países. Fuimos entonces a TelePizza, para recordar mis días en España. Aunque claro, la pizza no era para nada igual a como la recordaba. Luego dejamos estacionado a Tomás y caminamos hacia un mall, donde ya estaban cerrando muchas tiendas. Lamentablemente no encontramos ninguna que nos sirviera. Caminamos entonces hacia Plaza de Armas para tomar fotos a la fuente iluminada, la cual encienden por las noches. Yo estaba tan cansada y sin energías que me tocaban y me iba de lado. Así como le pasaba a mi amigo cuando moría de hambre unas noches atrás.

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Finalmente sólo quedaba una hora más para tomar el bus, así que nos fuimos a la estación y nos quedamos esperando. Cuando llegó el bus nos acercamos para montar la maleta, y luego nos dimos un fuerte abrazo. Además Lilo me dio dinero para que al llegar a Santiago en vez de tomar el metro con esa jodía maleta, tomara un taxi. Le preocupaba mucho que llegara sola y «desprotegida». Tras negarme varias veces, terminé aceptándole el dinero y al despedirnos finalmente me monté al bus. Abrí las cortinas de mi ventanilla y él se acercó del otro lado. Haciendo señas de que anotara la dirección del hostal, dado que no tenía celular y como pediría taxi, pues obvio debía darle una dirección. Así lo hice y le enseñe el papel escrito y me hizo señas de que estaba correcto. El bus empezó a moverse y él se alejó un poco y se quedó ahí viéndome partir.

Ocho días ya habían pasado desde la primera vez que nos vimos y empezamos la aventura por el sur del Chile. Me parecía muy poco tiempo y al mismo tiempo sentía como si hubiera pasado un mes. Me entristeció irme sabiendo que no había fecha para volver a ver a mi amigo, pero más aún el saber que el viaje se terminaba, y que pronto ya me tocaba regresar a mi realidad.

Con estos pensamientos fui cayendo dormida.

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