Desde que tenía 16 años había estado ahorrando para cumplir una meta: Conocer Chile. Mientras muchos soñaban con ir a Paris, Roma o New York, yo soñaba con irme al sur de América, y mientras más al sur, mucho mejor. Claro que el viaje es largo y costoso. Y claro también que he viajado a muchas otras partes del mundo, como Paris, Roma o New York, pues porque la vida así me lo había permitido. Así que con el paso de los años la meta se ponía más difusa, y al mismo tiempo más clara: 2016 Chile.
Tras lograr ahorrar el dinero necesario, armé el plan de viaje y aprovechando la oportunidad presentada por el intercambio en Brasil, moví mis fichas para cumplir el sueño. Así el domingo 13 de marzo, el mismo día que perdí mi celular en Sao Paulo, tomé el avión que me llevaría a vivir la semana más apera de mi vida.
Después de pasar esa mañana en depresión todo cambio cuando, tras tres horas de vuelo, el piloto informó que estaríamos cruzando la cordillera de los Andes, por lo que debíamos apagar los aparatos electrónicos y mantenernos en nuestros asientos. Me asomé a la ventanilla y la visión de esas enormes montañas cambió mi humor totalmente. Fue como si cualquier cosa mala, depresiva o no muy buena que me hubiera pasado en 28 años hasta ese instante hubiera perdido total validez y sentido. Ver los Andes desde el aire simplemente me provocó una dicha y las ganas de mantenerme allí, observando esa maravilla natural por siempre. Claro que la visión duró poco más de 20 minutos cuando el piloto anunció que ya íbamos a aterrizar.
El segundo momento de dicha lo representó salir del aeropuerto cuando, sintiéndome muy cansada y aún con una ligera pena por mi celular, vi por primera vez a una de las personas más importantes de mi vida. Si, suena raro, pero es así.
El encuentro, como imaginaba, surgió muy natural, y más que ser la primera vez que nos veíamos, parecía como si tuviéramos toda la vida siendo amigos y simplemente había estado lejos por varios meses. Y es que 13 años de amistad es mucho tiempo. Mucho, demasiado.
Luego de los saludos y las presentaciones (dado que parte de su familia hizo el favor de irme a recoger), me registré en el hostal -del cual quedé maravillada- dejés mis cosas y salimos a conocer Santiago de Chile. En este punto es necesario que sepan dos cosas: Número uno, mi amigo Lilo es de Osorno, número dos como toda persona de otra región odia la capital de su país. Así que le faltaron algunas habilidades como guía turístico.
Tras pasar por los principales atractivos de la ciudad: Plaza de Armas, La Moneda y la Catedral, ver algunos actos como los chinchineros, tomarle fotos a los carabineros (polícia chilena) y a una pareja bailar, terminamos cenando en un lugar donde preparan unas enormes hamburguesas llamadas ‘chacarero’. Y como es de imaginar al final no pude con ella. El día terminó temprano y era hora de descansar. Al siguiente día iniciaría nuestra aventura de viajes pasando por Valparaíso y Viña del Mar y terminando en un bus hacia Osorno. Así fue como mis 10 días en Chile iniciaron.